lunes, 28 de febrero de 2011

LAS DIOSAS DE LA RISA CURATIVA


La indecente Baubo
Uzume, la diosa japonesa de la alegría y la danza

Baubo, un personaje menor entrado en años que aparece en uno de los mitos griegos más conocidos, guarda paralelismos con Uzume (Ama-No Uzume), diosa japonesa que desempeña un papel relevante en el mito más importante del antiguo Japón. Las dos divinidades supieron aportar la risa curativa a las situaciones desesperadas. Así como en un mito predominan las observaciones humorísticas, en el otro, en cambio, hay danzas y redobles de tambor, pero el acto específico y responsable de desencadenar la risa en ambos es el mismo: Baubo y Uzume se levantan la falda y muestran la vulva. Las risas que desencadenó este gesto devolvieron a la diosa madre la capacidad de mantener y traer la luz del sol al mundo; no se trataba, empero, de una risa hostil como la que inspira el ridículo, ni de la risita que provoca presenciar obscenidades. Era otra cosa más profunda y significativa la que se revelaba con tal hilaridad. Las mujeres que se sienten cómodas consigo mismas se ríen mucho juntas, sobre todo las que llegan a la edad madura. En The Metamorphosis of Baubo Winfred Milius Lubel apuntó que “las referencias a Baubo, por lo general, implican una categoría de risa especial. Es una especie de humor sardónico, una risa entre dientes compuesta de ironía, compasión y experiencias que comparten las mujeres… Es la carcajada sagrada de Baubo”. Baubo, (a quien también se la denomina Iambe) tan sólo era una doncella que desempeñó un pequeño papel en el mito de Deméter y Perséfone, y que, no obstante, reflejó el espíritu maduro de las mujeres, que es directo, divertido, solidario y, sobre todo, sabio. Marija Gimbutas, la famosa arqueóloga, describe el personaje como la encarnación de una “deidad importante aunque poco conocida que ha influido en la mente humana durante milenios.”

LA INDECENTE BAUBO
Cuando la diosa Deméter se enteró de que a su hija Perséfone la había secuestrado Hades con el permiso de Zeus, el dolor que sintió por la pérdida fue incluso más acuciante. Deméter abandonó el Olimpo y rechazó la compañía de los demás dioses para vagar por la tierra, ocultando su divina belleza bajo la apariencia de una mujer que ya no estaba en edad fértil. Un día apareció en Eleusis y se sentó junto al pozo donde las hijas de Celeus, el gobernador de Eleusis, habían acudido para recoger agua. Las muchachas sintieron curiosidad por esa extraña que estaba entre ellas y le hablaron. Deméter les dijo que buscaba trabajo de niñera, y entonces las muchachas la condujeron a su casa para presentarle a su madre Metanira, la cual acababa de dar a luz un niño. Cuando la diosa atravesó el umbral y tocó el techo con la cabeza durante unos instantes la puerta se iluminó con un resplandor divino. Metanira, a quien la escena había infundido gran respeto y que estaba sentada con el niño en el regazo, le ofreció al instante su espléndido diván y su mejor vino, pero la diosa declinó la invitación. La visión de la madre con el niño debió de evocarle antiguos recuerdos y despertar la nostalgia por la hija desaparecida, porque Deméter se quedó callada y cabizbaja, y sólo se sentó en una silla ordinaria que la criada Baubo le trajo más tarde. Deméter, sin embargo, siguió guardando un doloroso silencio del cual nadie podía arrancarla, hasta que Baubo consiguió animarla con sus chistes picantes. Sus bromas le hicieron sonreír, y cuando la doncella se levantó la falda y mostró sus partes, Deméter rió y se curó. Entonces aceptó un simple refresco de cebada y menta y accedió a ser la niñera del bebé (como solaz momentáneo en su camino).

Las chanzas de Baubo no han llegado hasta nuestros días pero lo que ella representa incluso en la actualidad es algo que las mujeres comprenden de manera intuitiva: la noción de que sumidas en la pérdida y la traición, las mujeres pueden gritar, llorar, jurar e incluso vomitar o sentirse embotadas por el dolor y la indignación, pero si Baubo se encuentra presente, en ese momento alguien puede intervenir con un comentario jocoso que arranque lágrimas de risa y suavice la situación. Solemos compartir nuestro valor y la constatación de ser supervivientes gracias a la risa. Al ser capaces de reírnos untas, afirmamos nuestra mutua fuerza. Los chistes y los gestos de Baubo forman parte del humor obsceno que nos hace reír a carcajadas y que puede surgir en una reunión de mujeres que viven una situación catastrófica. Una buena amiga dice algo que nos hace reír a todas, y entonces es cuando empieza la curación.

Cuando Baubo se levantó la falda en son de burla, tal y como nos lo relata el mito griego clásico, el acto que realizó, el mostrar la vulva, en los textos religiosos griegos se llama ana-suro-mai (que literalmente significa “levantarse las faldas”). Su gesto era indescente y provocó la risa, pero había algo más profundo en todo eso. Lubell indaga en las raíces prepatriarcales de este gesto y descubre que es un vago recordatorio de una era matriarcal muy antigua en que la zona pública de la diosa era la puerta sagrada de donde provenía la vida, y que el triángulo invertido era un símbolo sagrado. El gesto de Baubo de levantarse la falda y mostrar su vulva aparece en diversos útiles y en las manifestaciones artísticas que comprenden desde el Paleolítico hasta la Edad Media, y desde la antigua Europa y Egipto hasta Siberia y las Américas.

Algunas de las figurillas de arcilla de Baubo que los arqueólogos han hallado nos hacen sonreír. Son mujeres con la ropa levantada sobre un vientre orondo. Son todo piernas y abdomen. A veces incluso se representaba un rostro sonriente sobre el vientre, y la hendidura de la suave barbilla en forma de V era la ranura vulvar y vertical que tenía entre las piernas. A pesar de que Baubo y estas estatuillas son imágenes menores comparadas con las divinidades olímpicas y las estatuas de mármol de la antigua Grecia, cuando nos remontamos a la época prepatriarcal para indagar en sus orígenes, comprendemos que son el recordatorio vago e infravalorado de que las imágenes de la sexualidad y la fertilidad de la mujer eran sagradas, y no lascivas. En el pasado la vulva era la entrada al cuerpo de la diosa, y las entradas de las cuevas en forma de ranura se pintaban consecuentemente de color rojo tierra en señal de reverencia.

Rufus C. Camhausen, en The Yoni: Sacred Symbol of Female Creative Power, también se basaba en las pruebas halladas en distintos enseres para ampliar los límites geográficos donde se habían originado esas imágenes y el espacio temporal, que ahora no sólo se situaba en el Paleolítico, sino también en la actualidad. Yoni es una palabra en sánscrito que se utiliza para designar los genitales femeninos y se traduce como “vulva”, “matriz”, “origen” y “fuente”. Camhausen eligió emplear este término porque no poseía connotaciones médicas ni pornográficas, y procedía de una tradición religiosa y cultural en la cual los genitales femeninos se consideran el símbolo sagrado de la Gran Diosa.
Las representaciones de genitales y pechos femeninos y de mujeres embarazadas que aparecen en los relieves, en las pinturas rupestres y en otros útiles son las pruebas arqueológicas circunstanciales de que los pueblos del Paleolítico y del Neolítico adoraban a diosas. Con el auge del patriarcado, sin embargo, la vulva pasó a ser un lugar de reverencia a convertirse en una parte de la mujer puritana, innombrable y sucia. Pasó de ser el símbolo de la diosa a convertirse en una de las palabras más degradantes y agresivas con que calificar los genitales de una mujer: “coño”.

Mientras buscaba el significado de Baubo, Lubell descubrió nexos de unión entre la risa, la sexualidad de las mujeres y la recuperación del equilibrio. “La espontaneidad de la risa de Baubo corre como un destello entre las ruinas del pasado. Sus bromas han desaparecido, pero su gestualidad sardónica y desconcertante y la constancia de su ingenio cómico permanecen. Se ha sugerido numerosas veces que la risa entre mujeres es el lado oculto de su sexualidad. Esta clase de risa (que a menudo se asociaba con la figura del embaucador y con la fertilidad) solía emplearse en los rituales sagrados de la alegría para suavizar una situación agobiante, para plantearse cuestiones dolorosas o para recuperar el equilibrio… Es irreverente, y es sagrada.”

Parece ser que Baubo era parte integrante de los Misterios que se celebraron en Eleusis, al noroeste de Atenas, durante dos mil años, hasta que el santuario fue destruido en 395 d. de C. El Himno homérico a Deméter relata que tras el regreso de Perséfone al mundo subterráneo, Deméter entregó los Misterios a la humanidad. Una parte de estos Misterios fue hecha pública, que es la que conocemos en la actualidad, y otra se confió sólo a los iniciados, a los cuales se les prohibía revelar los secretos. En los Misterios eleusinos participaban tanto hombres como mujeres. Lo poco que sabemos de ellos es gracias a los textos de los obispos cristianos contrarios a esos ritos. Según Clemente de Alejandría (150-215 c.E.), en un momento dado, durante la celebración de los Misterios eleusinos, Baubo “se levantaba la ropa y mostraba todo su cuerpo de un modo absolutamente improcedente.”4
Es más probable que Baubo no estuviera presente mientras se celebraban estos ritos solemnes en Eleusis, sino que su presencia se manifestara en los misterios de Thesmorfia, unos festejos de tres días a los cuales sólo asistían mujeres y que se celebraban en Eleusis en octubre, en esa época del otoño en que llegaba el momento de sembrar el grano. Las mujeres se reunían para acompañar el duelo de la diosa y consolarla por la pérdida de su hija (y representaban el secuestro original, porque la escena les resultaría catártica a la hora de compartir el dolor). Tras los ritos solemnes y el duelo comunitario, llegaba la alegría, con chistes, mímica, palabras soeces y cánticos.




UZUME, LA DIOSA JAPONESA DE LA DANZA Y LA ALEGRÍA
La risa curativa y sagrada y el gesto irreverente de levantarse las faldas conviven en otro mito situado al otro lado del mundo: en Japón. El mito del que hablaremos es muy conocido, y en él la diosa dolida es Amaterasu, diosa del sol y antepasada de los emperadores. A partir del momento en que Amaterasu se retiró a vivir a una cueva, la noche eterna sumió el planeta en la oscuridad, y nadie pudo sacarla de su morada hasta que Ama-no-Uzume, la diosa de la danza y la alegría, contó sus chistes y se levantó las faldas. Este mito aparece en el Kojiki y también en el Nihongi, escritos ambos en el siglo VOOO d. de C. a partir de otras versiones orales mucho más antiguas. Lubell6 y Merlin Stone aportan versiones más extensas del mito en Anciente Mirrors of Womanhood7, que retomo a continuación:

EL MITO DE AMATERASU
Amaterasu Omikami, llamada La del Brillo Celestial, La Gran Mujer y Patrona del Mediodía y La que Reina en la Llanura del Reino Celestial, actuaba de guardiana de la tierra y los campos cultivados de arroz (lo cual guarda una similitud con Deméter, la diosa griega del grano). Amaterasu también presidía el círculo de las tejedoras en el gran Salón de las Tejedoras del Cielo. Sin embargo, su hermano, Susanowo (al cual se le denomina el Injurioso Varón), el dios del mar y de las tormentas, sentía un gran rencor ante el poder manifiesto de Amaterasu. Un día Susanowo anunció que tenía la intención de visitar a su madre para ganarse el derecho a aproximarse al reino celestial de amaterasu y poder contarle a la diosa cuáles eran sus planes. En lugar de eso, no obstante, Susanowo pisoteó los campos de arroz celestiales que su hermana acababa de plantar y luego defecó en el interior de su templo sagrado. Finalmente, apresó y asesinó a un potro del cielo, irrumpió en el Salón de las Tejedoras del Cielo y arrastró la res sangrante por los telares sagrados de seda, sembrando el desconcierto y el griterío entre las sacerdotisas tejedoras.(En las distintas versiones del mito se cuenta que una sacerdotisa murió a causa de una lanzadera o que fue la misma Amaterasu quien resultó herida en la vagina por la lanzadera, o bien que su hermano Susanowo la violó.)
Sumida en la rabia y el miedo, Amaterasu se resguardó en la cueva del cielo, cerró el portón a cal y canto y despojó al mundo de su luz y su calor. Sólo quedó la noche interminable. Sin Amaterasu, ya nada crecería sobre la faz de la tierra. Para impedirlo, ochocientas divinidades se reunieron frente a la cueva con el propósito de intentar que la diosa abandonara su refugio, pero fue en vano.

Finalmente, Ama-no Uzume, la diosa de la alegría y la danza, propuso un plan. Uzume se encaramó a una barrica enorme que resonaba como un tambor e inició unos pasos de baile. La diosa iba golpeando rítmicamente con los pies mientras bailaba una danza eufórica y se quitaba la ropa interior. Entonces, cuando ya había captado la atención de las ochocientas divinidades, se sacó el kimono y mostró su vulva. Los dioses rieron, aplaudieron y gritaron; los gallos cacarearon y el fragor de la hilaridad llegó a oídos de Amaterasu, quien seguía oculta en la cueva. Picada por la curiosidad, la diosa fue a mirar qué ocurría en el exterior, y encontró frente a su rostro un espejo de bronce que habían colocado a la entrada de la cueva. La luz de Amaterasu al reflejarse en la prístina superficie fue tan intensa que la cegó, y la divinidad se vio obligada a aventurarse hacia el exterior. Al salir, los dioses que vigilaban cerraron las puertas tras ella. Con la aparición de la diosa, la luz del sol volvió a brillar sobre la tierra, se reanudó la alternancia del día y de la noche, y la tierra volvió a ser fértil.

Este mito del regreso de la luz y la vida al mundo se celebraba anualmente en Japón en un ritual sintoísta en el cual se representaba el Kagura de Uzume en los templos, un baile obsceno (a juicio de los occidentales) con el que se buscaba provocar la risa. El santuario de Amaterasu en Ise, el santuario sintoísta más sagrado de Japón, alberga el Espejo Sagrado. En ese Japón que nada tiene que ver con el puritanismo de Occidente, Uzume es una diosa que goza de gran estimación. Sus pasos de baile rítmicos y el gesto de mostrar la vulva son elementos esenciales de este mito nipón tan importante.
En el libro When the Drummers Were Women Layne Redmond expone que el tambor era un instrumento ritual sagrado que empleaban las mujeres en tiempos tan remotos como el sexto milenio a. de C. Precisamente hay una pintura que data de la época den un santuario de la antigua Anatolia (Turquía).
El tambor era el instrumento utilizado en numerosas experiencias espirituales. Se recurría a la diversidad de ritmos para alterar la conciencia, facilitar el nacimiento o inducir estados extáticos y proféticos. Desde las cuevas sagradas de la antigua Europa hasta los cultos mistéricos de Roma, las mujeres bailaron y tocaron el tambor hasta que los primeros Padres de la Iglesia se lo prohibieron. La escritora aventura la hipótesis de que quizá se comenzó a tocar el tambor para reproducir el pulso humano, el ritmo que oímos en el útero, y que las ondas cerebrales que ese sonido induce son el ritmo básico de la naturaleza. Por el hecho de enseñar a otras mujeres a tocar el tambor y al formar parte de un círculo femenino de tamborileras, Redmond llegó a la conclusión de que a las mujeres se las había desposeído de su herencia, su tradición y un sentido de identidad que les era propio y exclusivo.

LA RISA CURATIVA
La risa curativa alivia la tensión y es una manifestación de alegría e hilaridad. El humor picante es un humor pleno y jocoso que también es un comentario sexual y desenfadado sobre la naturaleza, los apetitos y las flaquezas humanas. En su aspecto más reconfortante, en la medida en que el humor puede ser reconfortante, podría decirse que desprende un halo de bienestar. En la risa compartida, además, se percibe que la vulnerabilidad y la fuerza es algo común a todas las mujeres, las cuales, al hacer comentarios procaces o reaccionar ante ellos con la risa, reconocen su sexualidad y su experiencia sexual, y también revelan las vanidades, los hábitos o las tendencias sexuales de los hombres, que es precisamente lo que ellos más temen.
Para ser Baubo o Uzume, la mujer postmenopáusica debe vivir cómoda y con naturalidad en ese cuerpo que empieza a envejecer. Su energía sexual es el elemento integrador de su empeño y vitalidad. Inspirándose en Baubo, la mujer se niega a dejar de ser ella misma sólo porque se esté volviendo mayor: es sexy y sensual, y ríe y baila. El buen humor y la experiencia se trocan en acicates del sexo más primitivo. Apuntarse a clases de danza del vientre a partir de los cincuenta, por consiguiente, se enmarcaría en la tradición de Baubo. De hecho, muchas bailarinas famosas de la danza del vientre son mujeres que ya han pasado la menopausia.

Puede parecer forzado hablar de Baubo como un arquetipo de sabiduría, pero lo es. Su sabiduría sólo saben apreciarla las mujeres porque proviene de las numerosas experiencias corporales, faltas de elegancia pero profundamente importantes, que vivimos desde los inicios de la menstruación hasta la menopausia, pasando por los embarazos. Al reír o bromear sobre lo que experimentan las mujeres biológicamente, podemos tener la misma picardía que Baubo. Compartir todas estas vivencias hace que hablemos con mayor sensibilidad y seriedad de las experiencias sexuales, los abortos naturales o provocados, la infertilidad y la pérdida. Al contarlo todo, metafóricamente nos levantamos las faldas y revelamos nuestras partes bajas y vulnerables y la fuente de nuestra fuerza. Las historias de todas las mujeres se convierten en el espejo donde contemplarnos, y donde contemplar también nuestra fortaleza. Al compartir el dolor y la risa, pasamos por estados transitorios y experimentamos el poder curativo del humor hasta llegar a la conclusión, por pura sensatez, de que “así es la vida”.

Baubo fue todo lo que se conservó en la mitología griega de este aspecto obsceno de la Gran Diosa. Cuando Baubo se levantó las faldas y mostró su cuerpo desnudo a Deméter, reveló un cuerpo que en el pasado había sido el de una doncella núbil, luego el de una mujer de grandes pechos y finalmente, con el pelo púbico escaso y los pechos caídos, en el cuerpo de una anciana. Cada etapa forma parte de un ciclo, y es una manifestación de la danza de la vida. Cuando recordamos nuestra divinidad y no sólo nuestra mortalidad, sabemos que todo lo que ocurre forma parte de la vida, y que nosotras nos integramos también en esa danza divina. El peligro que entraña ser mortal es olvidar todo esto. Deméter, en su identidad de mujer humana, estaba sola con su dolor hasta que Baubo se levantó la falda y le hizo reír. Quizá le sirvió a Deméter para distanciarse de su pérdida, o puede que le recordara el poder sexual y creador que tuvo como mujer y diosa de la fertilidad. Baubo había perdido su juventud y su buen aspecto, y ya hacía mucho que no estaba en edad fértil, pero era una mujer esplendorosa e indecente, cuya alegre compasión por el dolor de Deméter provocó las risas de la diosa. Sólo cuando la sexualidad es natural y placentera, el sexo y la alegría pueden ir unidos.

Cuando pienso en las encarnaciones contemporáneas de este arquetipo, me viene a la memoria Bette Midler como “la divina señorita M”, la “diosa de la alegría”. Esta actriz cómica indecente y esplendorosa se convirtió en una estrella de la cultura neoyorquina de las saunas gays antes de que apareciera el sida, y sigue siendo un personaje campechano, sexual y divertido. Por otro lado, también hay que tener en cuenta el gesto ana-suromai de levantarse la falda, que parece ser tan instintivo que hay que enseñar a las niñas a controlarse. Si ponemos faldas a una niña de dos o tres años, la criatura se las levantará impulsivamente para dejar “que se le vean” las bragas; a juzgar por su expresión de deleite, es posible que sepa que se está portando mal, cosa que obviamente no le da vergüenza (tendremos que enseñarle a que la sienta). Tampoco resulta nada extraño oír a un grupo de mujeres mayores decir que piensan “escaparse” el fin de semana porque quieren portarse mal.

El humor curativo que las mujeres despiertan en las demás es espontáneo y natural. Es difícil hablar de ello, no obstante, porque “hay que estar ahí” para valorar el momento preciso, la provocación natural que desencadena unas carcajadas estentóreas muy contagiosas. En todo su apogeo es gritón y escandaloso, y emocionalmente esplendoroso y húmedo, como cuando decimos “Me reí tanto que lloraba” y “me reía tan fuerte que me mojé las bragas”. Cuando el humor es especialmente picante, pero incluso cuando no lo es, esta clase de risa se parece a un orgasmo; la risa es incontrolable y placentera: hay una liberación biológica, una sensación de agotamiento. Es beneficiosa para el sistema inmunológico y libera endorfinas, que son elementos curativos físicamente, pero lo que considero más curativo de todo es ese compartir instantáneo que termina con el aislamiento y celebra la vida. Las ancianas ingenuas y esplendorosas conocen este arquetipo muy bien. Es un humor que sabe tomar el pulso a la esencia de la vida y se muestra compasivo con la estupidez y el dolor que acarrea.

Los hombres acusan a las mujeres de no tener sentido del humor o no captar el sentido de ciertos chistes que ellas no encuentran divertidos. Sin embargo, las mujeres sí que lo captan. La opinión de Freud era que el humor es hostilidad disfrazada, lo cual resulta harto evidente en los chistes sobre suegras, rubias tontas o los que despotrican contra los hombres. Reírse del blanco de todas las bromas libera hostilidades, crea alianzas temporales entre los que se ríen juntos y se creen superiores y posee y na vertiente sádica. Ahora bien, existe una diferencia abismal entre esta clase de humor hiriente y el humor curativo de Baubo y Uzume. Este humor, al igual que la luz del sol de Amaterasu y la risa de Deméter, es portador de esperanza y renovación.

Shinoda Bolen de "Las diosas de la mujer madura"


Baubo: La diosa del vientre


Hay cuentos de la “entrepierna” en todo el mundo. Uno de ellos es el cuento de Baubo, una diosa de la antigua Grecia, la llamada “diosa de la obscenidad”. Se le atribuyen también otros nombres como, por ejemplo, Yambe, y parece ser que los griegos la tomaron prestada de otras culturas más antiguas.




Hay un dicho muy expresivo: Ella habla por la entrepierna.

Desde tiempos inmemoriales existen arquetípicas diosas salvajes de la sexualidad sagrada y de la naturaleza de la Vida/Muerte/Vida.
Sólo existe una famosa referencia a Baubo en los escritos de la Antigüedad, lo cual parece indicar que su culto fue destruido y quedó enterrado bajo la estampida provocada por las distintas conquistas. Tengo la corazonada de que en algún lugar, quizá bajo las boscosas colinas y los lagos de Europa y de Oriente Próximo, hay templos dedicados a ella, incluso con objetos e íconos óseos. Por consiguiente, no es de extrañar que muy pocas personas hayan oído hablar de Baubo, pero no olvidemos que un retazo de arquetipo puede contener la imagen del todo. Y el retazo lo tenernos, pues conservamos un cuento protagonizado por Baubo. Es una de las más seductoras y pícaras divinidades del Olimpo. Ésta es mi versión de cantadora, basada en el antiguo y salvaje vestigio de Baubo.

Deméter, la madre tierra, tenía una hermosa hija llamada Perséfone que un día estaba jugando en un prado. De pronto, Perséfone tropezó con una preciosa flor y alargó las puntas de los dedos para acariciar su bella corola. Súbitamente el suelo empezó a estremecerse y un gigantesco zigzag rasgó la tierra. La pequeña Baubo siempre me ha gustado mil veces más que cualquier otra diosa de la mitología griega, quizá más que ninguna otra figura. Procede sin duda de las diosas del vientre neolíticas, unas misteriosas figuras sin cabeza y, a veces, sin brazos ni piernas. Nos quedamos cortos diciendo que son “figuras de la fertilidad”, pues está claro que son mucho más que eso. Son los talismanes de las conversaciones femeninas, es decir, de la clase de conversación que las mujeres jamás mantendrían en presencia de un hombre como no fuera en circunstancias extraordinarias. Además, la pequeña diosa del vientre Baubo nos recuerda la interesante idea de que un poco de obscenidad puede ayudar a superar una depresión. Y es verdad que ciertas clases de risa, la que procede de todos esos relatos que las mujeres se cuentan, esos relatos tan subidos de tono que rayan con el mal gusto, sirven para despertar la libido. Vuelven a encender el fuego del interés de una mujer por la vida. La diosa del vientre y la risa del vientre es lo que nosotras buscamos.sincero nivel de verdad. ¿Qué otra cosa se puede decir sino que Baubo habla desde el barro madre, la profunda mina, literalmente desde las profundidades?

Por consiguiente, te aconsejo que incluyas en tu colección unos cuantos “cuentecitos guarros” como el de Baubo. Esta forma reducida de cuento es una poderosa medicina. El divertido cuento “guarro” no sólo puede disipar una depresión sino también arrancar la negra furia que oprime el corazón, consiguiendo que la mujer sea más feliz que antes. Pruébalo y verás.


Y ahora confieso que no puedo decir gran cosa acerca de los dos siguientes aspectos del cuento de Baubo, pues están destinados a ser comentados en pequeños grupos integrados exclusivamente por mujeres, pero sí puedo decir lo siguiente: Baubo posee otra característica; ve a través de los pezones. Para los hombres es un misterio, pero cuando se lo comento a las mujeres, éstas asienten enérgicamente con la cabeza y dicen

“¡Ya sé lo que quieres decir!”.

El hecho de ver a través de los pezones es ciertamente un atributo sensorial. Los pezones son unos órganos psíquicos que reaccionan a la temperatura, el temor, la cólera, el ruido. Son un órgano sensorial como lo son los ojos de la cabeza.

En cuanto a lo de “hablar por la vulva”, se trata, desde un punto de vista simbólico, de hablar desde la prima materia, el más básico y más

En el relato de Deméter que busca a su hija nadie sabe qué palabras le dirigió exactamente Baubo a Deméter. Pero ya tenemos cierta idea.

De las profundidades de la tierra surgió Hades, el dios de Ultratumba. Era alto y poderoso y permanecía de pie en un carro negro tirado por cuatro caballos de color espectral. Hades agarró a Perséfone y la atrajo a su carro en medio de un revuelo de velos y sandalias. Después los caballos se precipitaron de nuevo al interior de la tierra. Los gritos de Perséfone son cada vez más débiles a medida que se iba cerrando la brecha de la tierra como si nada hubiera ocurrido.

Los gritos y el llanto de la doncella resonaron por todas las piedras de las montañas y subieron borbotando en un acuático lamento desde el fondo del mar. Deméter oyó gritar a las piedras. Oyó los gritos del agua.

Después un pavoroso silencio cubrió toda la tierra mientras se aspiraba en el aire el perfume de las flores aplastadas. Arrancándose la diadema que adornaba su inmortal cabello y desplegando los oscuros velos que le cubrían los hombros, Deméter voló sobre la tierra como un ave gigantesca, buscando y llamando a su hija.

Aquella noche una vieja bruja les comentó a sus hermanas junto a la entrada de su cueva que aquel día había oído tres gritos: uno era el de una voz juvenil lanzando alaridos de terror; otro, una quejumbrosa llamada; y el tercero, el llanto de una madre.

No hubo manera de encontrar a Perséfone y así inició Deméter la búsqueda de su amada hija a lo largo de vanos meses. Deméter estaba furiosa, lloraba, gritaba, preguntaba, buscaba en todos los parajes de la tierra por arriba, por abajo y por dentro, suplicaba compasión y pedía la muerte, pero, por mucho que se esforzara, no conseguía encontrar a su hija del alma.

Así pues, ella, la que lo hacía crecer todo eternamente, maldijo todas las tierras fértiles del mundo, gritando en su dolor: “¡Morid! ¡Morid! ¡Morid!” A causa de la maldición de Deméter ningún niño pudo nacer, no creció trigo para amasar el pan, no hubo flores para las fiestas ni ramas para los muertos. Todo estaba marchito y consumido en la tierra reseca y los secos pechos.

La propia Deméter ya no se bañaba. Sus túnicas estaban empapadas de barro y el cabello le colgaba en enmarañados mechones. A pesar del terrible dolor de su corazón, no se daba por vencida. Después de muchas preguntas, súplicas e incidentes que no habían dado el menor resultado, la diosa se desplomó junto a un pozo de una aldea donde nadie la conocía. Mientras permanecía apoyada contra la fría piedra del pozo, apareció una mujer, más bien una especie de mujer, que se acercó a ella bailando, agitando las caderas como si estuviera en pleno acto sexual mientras sus pechos brincaban al compás de la danza. Al verla, Deméter no pudo por menos de esbozar una leve sonrisa.

La bailarina era francamente prodigiosa, pues no tenía cabeza, sus pezones eran sus ojos y su vulva era su boca. Con aquella deliciosa boca empezó a contarle a Deméter unas historias muy graciosas. Deméter sonrió, después se rió por lo bajo y, finalmente, estalló en una sonora carcajada. Ambas mujeres, Baubo, la pequeña diosa del vientre, y la poderosa diosa de la Madre Tierra Deméter se rieron juntas como locas. Y aquella risa sacó a Deméter de su depresión y le infundió la energía necesaria para reanudar la búsqueda de su hija y, con la ayuda de Baubo, de la vieja bruja Hécate y del sol Helios, consiguió finalmente su objetivo. Perséfone fue devuelta a su madre. El mundo, la tierra y los vientres de las mujeres volvieron a crecer.

Estas figurillas representan unas sensibilidades y unas expresiones únicas en todo el mundo; los pechos y lo que se siente en el interior deesas sensibles criaturas, los labios de la vulva, en los que una mujer experimenta unas sensaciones que los demás pueden imaginar, pero que sólo ella conoce. Y la risa del vientre que es una de las mejores medicinas que pueda tener una mujer.

A veces cuesta conseguir que los hombres se retiren para que las mujeres puedan permanecer a solas entre sí. Sé que en tiempos antiguos las mujeres animaban a los hombres a que se fueran a “pescar”. Se trata de una estratagema utilizada por las mujeres desde tiempos inmemoriales para que los hombres se alejen y la mujer pueda quedarse sola o en compañía de otras mujeres. Las mujeres necesitan vivir de vez en cuando en una atmósfera exclusivamente femenina, ellas solas o con otras mujeres. Es un ciclo femenino natural. La energía masculina está muy bien. Más que bien; es suntuosa e impresionante. Pero a veces es algo así como darse un atracón bombones. Nos apetece tomar durante unos cuantos días un poco de arroz frío y un caldo calentito para purificar el paladar. Tenernos que hacerlo de vez en cuando.




Fuente: Clarissa Pínkola Estés. “Mujeres que corren con los lobos”

miércoles, 9 de febrero de 2011

Los mitos del Amor Romántico



La palabra "mito" proviene del vocablo griego “mythos”, comúnmente interpretado en nuestra lengua como "narración" o "relato". Los mitos ayudaron a los seres humanos a explicar los fenómenos naturales y poseyeron siempre un poder de trascendencia, una dimensión emotiva, religiosa y espiritual que se expresaba simbólicamente a través de relatos. Platón y Aristóteles lo usarán como término opuesto a logos, que es el discurso razonado y objetivo. La palabra mythos en la Antigüedad, posee así unas connotaciones emotivas y ficcionales; los mitos eran explicaciones del mundo no racionales, y por tanto no servían para explicar la realidad ni para acceder al conocimiento, aunque ni Platón ni Aristóteles consiguieron elaborar su Filosofía sin recurrir a ellos.


Eros y Psique

Entre todas las definiciones que hemos encontrado, nos parece que la definición de Carlos García Cual es una de las más eficaces y concretas: “Mito es un relato tradicional que refiere la actuación memorable y ejemplar de unos personajes extraordinarios en un tiempo prestigioso y lejano. (…) El relato mítico tiene un carácter dramático y ejemplar. Se trata siempre de acciones de excepcional interés para la comunidad, porque explican aspectos importantes de la vida social mediante la narración de cómo se produjeron por primera vez tales o cuales hechos”.

Por su parte, Karen Armstrong (2005) afirma que los mitos más impactantes tratan sobre situaciones límite y nos obligan a ir más allá de nuestra experiencia. Tratan de lo desconocido; su función es ayudarnos a hacer frente a los conflictos humanos. En este sentido, los mitos han sido la base de todas las culturas humanas, porque han otorgado a la sociedad modelos de conducta y actitudes, han ofrecido héroes y heroínas que superaban situaciones difíciles con valentía, inteligencia, astucia o estrategias. En los orígenes, ayudaban a las personas a encontrar su lugar en el mundo y su verdadera orientación, porque ayudan a saber de dónde venimos (mitos sobre antepasados), a dónde vamos, y también ayudan a explicar esos momentos sublimes en que nos sentimos transportados más allá de nuestras preocupaciones prosaicas.


El beso de Gustav Klimt

Todas las mitologías hablan de un mundo paralelo al nuestro; es una realidad invisible pero más intensa que a veces se identifica con el mundo de los dioses. A esta creencia se la ha llamado “filosofía perenne” porque ha impregnado la mitología y la organización ritual y social de todas las sociedades antes del advenimiento de nuestra modernidad científica, y todavía hoy sigue influyendo en las sociedades tradicionales. Los mitos explicaban cómo se comportaban los dioses para permitir a hombres y mujeres imitar a esos seres poderosos, y así experimentar ellos también la divinidad.

Armstrong cree también que el mito es una guía, que transmite un código ético y que, además, ha configurado la base de todas las religiones. En el caso de las religiones monoteístas como la cristiana, la musulmana y la budista, todas se han forjado a partir del mito del viaje heroico, que nos explica qué tenemos que hacer si queremos convertirnos en seres humanos completos: “El héroe tiene la sensación de que en su vida o en su sociedad falta algo. Por eso abandona el hogar u emprende peligrosas aventuras. Lucha contra monstruos, escala montañas inaccesibles y atraviesa oscuros bosques, y mientras su antiguo yo muere y el héroe descubre algo o aprende alguna habilidad que después transmite a su pueblo. (…) El mito del héroe está tan arraigado que hasta la vida de figuras históricas como Buda, Jesús, o Mahoma se cuenta siguiendo ese esquema arquetípico probablemente forjado en la era paleolítica”.

El mito, pues, ha estado siempre asociado a la experiencia de lo trascendente, inherente a la condición humana. Los humanos necesitan irrupciones en la rutina y la realidad de la vida cotidiana para trascenderla, para experimentar otras dimensiones temporales gracias a la intensidad de lo vivido. Siempre han necesitado esos mecanismos de escape que les sitúen en otra realidad, que les arrebaten, que les hagan entrar en éxtasis o en trance para sentir que pueden superar el aquí y el ahora.


El beso de Rodin

Joseph Campbell (1964) afirma que una de las funciones del mito es apoyar el orden social en vigor, para integrar al individuo. Según él la función social de una mitología y de los ritos que la expresan es fijar en todos los miembros del grupo en cuestión un “sistema de sentimientos” que habrá de unirle espontáneamente a los fines de dicho grupo. Kirk (1990) cree que los mitos surgieron como trucos narrativos que utilizaron los humanos para socializar a los niños y facilitar su integración psíquica en la sociedad. Son, desde este punto de vista, narraciones contra el terror que provoca lo desconocido, explicaciones del mundo que guían a los humanos en sus primeras fases de socialización.



Los mitos, sin embargo, no han permanecido invariables; cambian con las culturas, se adaptan a nuevas realidades socioeconómicas y políticas que se consolidan gracias al apoyo del sistema simbólico y mitológico creado para sustentarlo. En Occidente, pese al proceso de desacralización de la sociedad característica de la posmodernidad, los mitos siguen cumpliendo estas funciones, aunque con variaciones.



Denis De Rougemont (1939) cree que necesitamos los mitos “para expresar el hecho oscuro e inconfesable de que la pasión está vinculada con la muerte y que supone la destrucción para quienes abandonan a ellas todas sus fuerzas. (…) La oscuridad del mito nos permite, así, acoger su contenido disfrazado y gozar de él con la imaginación, sin tomar una conciencia lo bastante clara para que estalle la contradicción”. El mito expresa esas contradicciones y actúa en todos los lugares “en que la pasión es soñada como un ideal y no temida como una fiebre maligna”. También en los lugares en que la fatalidad es requerida, imaginada como una bella y deseable catástrofe.



Tristán e Isolda

Centrándonos en los mitos del amor de pareja, De Rougemont cree que el mito del amor cortés ha llegado a nosotros a través de la Literatura en un proceso progresivo de profanación: “Cuando los mitos pierden su carácter esotérico y su función sagrada se resuelven en literatura. El mito cortés, mejor que cualquier otro, se prestaba a ese proceso, puesto que había podido traducirse sólo en términos de amor humano, aunque entendidos en sentido místico”. Una vez desvanecido ese sentido, quedó una retórica que expresaba la necesidad de un ideal “que había dejado en la conciencia un conocimiento místico reprobado y luego perdido”.

El principal mito que encontramos en el romanticismo es la frase que concluye los relatos de amor: “y vivieron felices, y comieron perdices”. La estructura mítica de la narración amorosa es casi siempre la misma: dos personas se enamoran, se ven separadas por diversas circunstancias, obstáculos (dragones, bosques encantados, monstruos terribles) y barreras (sociales y económicas, religiosas, morales, políticas). Tras superar todos los obstáculos, la pareja feliz por fin puede vivir su amor en libertad. Evidentemente, como mito que es, esta historia de obstáculos y superaciones está atravesada por las ideologías patriarcales, que ponen la misión en manos del héroe, mientras que la mujer espera en su castillo a ser salvada: él es activo, ella pasiva (el paradigma de este modelo es la Bella Durmiente, que pasó nada más y nada menos que CIEN!!!!! años dormida esperando a su príncipe).



Y es que los dos principales mitos del amor romántico son el príncipe azul y la princesa maravillosa, basados en una rígida división de roles sexuales (él es el salvador, ella es el descanso del guerrero) y estereotipos de género mitificados (él es valiente, ella miedosa, él es fuerte, ella vulnerable, él es varonil, ella es dulce, él es dominador, ella es sumisa). Estos modelos de feminidad y masculinidad patriarcal son la base de gran parte del dolor que experimentamos al enamorarnos y desenamorarnos, porque se nos vende un ideal que luego no se corresponde con la realidad.

Principalmente porque todos somos fuertes y frágiles, activos y pasivos, dominadores y sumisos; pero curiosamente nos encajonamos en unas etiquetas que determinan nuestra identidad, sentimientos, actitudes y comportamiento para toda la vida. Estas etiquetas nos dan una seguridad (soy el abuelo en la familia, soy el profesor en la escuela, soy la esposa complaciente, soy la ejecutiva agresiva, soy el adolescente problemático, soy el chico romántico, soy la joven alocada, soy el jefe tiránico…), pero nos quitan libertad para reinventarnos, para cambiar, evolucionar o aprender nuevas formas de relacionarnos. La pareja, por ejemplo, es una categoría social mitificada como el lugar donde hallar gozo, paz, calma, tormento, alegrías, estabilidad, bajo la promesa de la fusión total. Son muchos los enamorados y enamoradas que desean levantar cuanto antes su amor sobre la estructura sólida de la pareja feliz, un mito que ayuda a concluir los relatos y que se presenta como el paraíso sentimental gracias al cual evadirnos de esta realidad.

Hasta ahora la feminidad pasiva ha sido mitificada en los relatos para tranquilizar a los machos y suavizar su ancestral miedo a las mujeres, por un lado, y para ofrecer modelos de sumisión idealizada a las mujeres, por otro. Muchas de las mujeres de las culturas patriarcales han sido educadas para asumir en muchos casos el rol de mujer fiel cuya máxima en la vida no es alcanzar la libertad (deseo masculino por excelencia), sino el amor a través de un hombre (lo que se supone que es normal en las mujeres).




La princesa del cuento
es una mujer de piel blanca y cabellos claros, rasgos suaves, voz delicada, que se siente feliz en un ámbito doméstico (generalmente un lujoso palacio, al cuidado de sus padres) y cuyas aspiraciones son muy simples: están siempre orientadas hacia el varón ideal de sus sueños. La princesa es leal a su amado, lo espera, se guarda para él, como hiciera Penélope durante más de veinte años esperando a Ulises. La princesa encontrará su autorrealización en el gran día de su vida; la boda con el príncipe. La princesa es una mujer discreta, sencilla, llena de amor y felicidad que quiere colmar de cuidados y cariño a su esposo y que además le dará hijos de cuya paternidad podrá estar seguro. Es una mujer buena frente a las mujeres malas, aquellas representadas como seres malvados, egoístas, manipuladores, caprichosos, insaciables, débiles y charlatanes. Las malas disfrutan pasionalmente del sexo, pero a pesar de que atraen a los hombres por su inteligencia y sus encantos, no ofrecen seguridad al macho, que casi nunca las eligen para ser princesas ni les piden matrimonio. Son tan atractivas como peligrosas, por eso evitan enamorarse de ellas, como fue el caso de Ulises con Circe.




El príncipe azul es otro mito que opera en el imaginario femenino porque se nos ofrece siempre como figura salvadora, del mismo modo que Jesucristo o Mahoma salvaron a la Humanidad de sus pecados. Notesé que Eva es la mujer mala por cuya curiosidad y desobediencia los seres humanos fuimos condenados al dolor y la muerte. Sólo un Hombre como Jesús podía venir a salvarnos; pero ni con su muerte logró que su padre nos perdonase.

Jesús
es un hombre bueno y valiente que cree en las causas justas y no le importa sacrificarse por ellas. Del mismo modo, el príncipe azul es un héroe porque pone la misión (matar al dragón, encontrar al tesoro, derrotar a las hordas malvadas, devolver el poder a algún rey, etc) por delante de su propia vida. El príncipe azul es un hombre activo, saltarín, espadachín, gran atleta, buen jugador, gran estratega, noble de corazón. Es joven, travieso, algo ingenuo; a las mujeres les derrite este modelo porque es un ser valiente y bueno que necesita campo para correr y que pese a su gallardía, es tierno y dulce en la intimidad. El príncipe se convierte en Hombre en todos los relatos, porque la aventura que vive es su rito de paso de la juventud a la adultez, dado que tiene que superarse a sí mismo para poder lograr su triunfo (el amor de la princesa rosa). Así podrá protegerla, enseñarla, amarla para siempre y hacerle muchos hijos.



Estos dos mitos de género y la mayor parte de los mitos amorosos surgieron en la época medieval; otros han ido surgiendo con el paso de los siglos, y finalmente se consolidaron en el XIX, con el Movimiento Romántico. De ellos nos quedan, según Carlos Yela García (2002), unos cuantos que configuran nuestras estructuras sentimentales en la actualidad:

• Mito de la media naranja, derivado del mito amoroso de Aristófanes, que supone que los humanos fueron divididos en dos partes que vuelven a unirse en un todo absoluto cuando encontramos a nuestra “alma gemela”, a nuestro compañero/a ideal. Es un mito que expresa la idea de que estamos predestinados el uno al otro; es decir, que la otra persona es inevitablemente nuestro par, y solo con ella nos sentimos completos. El mito platónico del amor expresa un sentimiento profundo de encuentro de la persona consigo misma, “y su culminación es recuperar los aspectos que nos fueron amputados y de esa manera, recuperar nuestra propia y completa identidad. Es decir, poder ser todo lo que somos y lo más plenamente posible” (Coria, 2005). El mito de la media naranja sería una imagen ingenua y simplificada del mito platónico que intenta transmitir esa búsqueda de la unidad perdida, pero su principal defecto es, según Coria, que uno más uno termina resultando uno, lo cual es un grave error, no sólo aritmético, que es asimilado mayoritariamente por mujeres.

• Mito de la exclusividad: creencia de que el amor romántico sólo puede sentirse por una única persona. Este mito es muy potente y tiene que ver con la propiedad privada y el egoísmo humano, que siente como propiedades a las personas y sus cuerpos. Es un mito que sustenta otro mito: el de la monogamia como estado ideal de las personas en la sociedad.

• Mito de la fidelidad: creencia de que todos los deseos pasionales, románticos y eróticos deben satisfacerse exclusivamente con una única persona: la propia pareja.

• Mito de la perdurabilidad (o de la pasión eterna): creencia de que el amor romántico y pasional de los primeros meses puede y debe perdurar tras miles de días (y noches) de convivencia.



• Mito del matrimonio o convivencia: creencia de que el amor romántico-pasional debe conducir a la unión estable de la pareja, y constituirse en la (única) base del matrimonio (o de la convivencia en pareja). Esto nos crea problemas porque vimos que la institucionalización de la pasión, y el paso del tiempo, acaban con ella. Por eso nos divorciamos y buscamos nuevas pasiones que nos hagan sentir vivos, pero en seguida la gente vuelve a casarse, cometiendo el mismo error que la primera vez. El matrimonio en la Era de la soledad ha visto, así, aumentada su dimensión mitológica e idealizada: “La idolatría del matrimonio es la contrapartida de las pérdidas que produce la modernidad. Si no hay Dios, ni cura, ni clase, ni vecino, entonces queda por lo menos el Tú. Y la magnitud del tú es el vacío invertido que reina en todo lo demás. Eso significa también que lo que mantiene unido al matrimonio y a la familia no es tanto el fundamento económico y el amor, sino el miedo a la soledad” (Ulrick y Elisabeth Beck, 2001).


• Mito de la omnipotencia: creencia de que “el amor lo puede todo” y debe permanecer ante todo y sobre todo. Este mito ha sujetado a muchas mujeres que han creído en este poder mágico del amor para salvarlas o hacerlas felices, pese a que el amor no siempre puede con la distancia, ni los problemas de convivencia, ni la pobreza extrema.

• Mito del libre albedrío: creencia que supone que nuestros sentimientos amorosos son absolutamente íntimos y no están influidos de forma decisiva por factores socio-biológicos-culturales ajenos a nuestra voluntad.

• El mito del emparejamiento: creencia en que la pareja es algo natural y universal. La convivencia de dos en dos ha sido, así, reificada en el imaginario colectivo, e institucionalizada en la sociedad.

Gracias a nuestra actividad racional, la Humanidad puede no solo construir mitos, sino también deconstruirlos, porque en ellos están insertos los miedos, las motivaciones, el sistema de creencias, los valores, la ética, los modelos a seguir y los deseos de los miembros de esa cultura. En el caso del romanticismo patriarcal, creo que es fundamental exponer las entrañas de sus mitos para poder acabar con la desigualdad y con el patriarcado a nivel narrativo, emocional e ideológico. Es importante mostrar la falsedad de esas idealizaciones que nos encajonan en unas máscaras sociales, que empobrecen nuestras relaciones y nos hacen sufrir porque chocan con la Realidad, generalmente menos bella y maravillosa que la fantasía amorosa.

La simplicidad de los estereotipos de género invisibiliza la amplia gama de modos de ser, de estar y de relacionarse que existen para hombres, mujeres y gente transgénero. Nos encierra en unos supuestos sobre lo que deberíamos ser, cómo deberíamos estar y sentir. De igual modo, los mitos amorosos crean unas expectativas desmesuradas que luego causan una intensa decepción, más hoy en día que no tenemos tolerancia al no; nos frustra todo enormemente porque nos ilusionamos con las promesas que nos venden en los relatos de la sociedad globalizada. El modelo de amor idealizado y cargado de estereotipos aprisiona a la gente en divisiones y clasificaciones perpetuando así el sistema jerárquico, desigual y basado en la dependencia de sus miembros en el que vivimos.



Además, provocan dolor en la gente porque el amor no es eterno, ni perfecto, ni maravilloso, ni nos viene a salvar de nada. La utopía del amor romántico, con sus idealizaciones, es la nueva religión colectiva que nos envuelve en falsas promesas de autorrealización, plenitud, y felicidad perpetua. De ahí la insatisfacción permanente y la tensión continua entre el deseo y la Realidad que sufrimos los habitantes de la posmodernidad.

Y es que nos pasamos la vida sufriendo decepciones precisamente por estas “ilusiones” que nos invaden en forma de espejismo. Es cierto que nos ayudan a evadirnos, pero quizás estamos en un momento en el que deberíamos dejar de entretenernos y de escaparnos tanto de la Realidad que no nos gusta. La desigualdad, la pobreza, el hambre, las guerras, el engaño de políticos y empresarios a las comunidades, el destrozo medioambiental y la sensación de que nada es lo que parece (ni la democracia, ni la paz, ni los Estados) invaden los telediarios. Y mientras, las mujeres siguen esperando a su príncipe azul y los hombres a sus princesas virginales en un círculo vicioso que no se completa jamás, porque no existen y porque las personas somos infinitamente más complejas y contradictorias que los personajes planos de los cuentos patriarcales.


Lo lógico debería ser poder transformar los relatos, contar nuevas historias, cambiar los modelos idealizados que han quedado obsoletos, construir héroes y heroínas de carne y hueso, crear nuevos mitos que nos ayuden a construir unas sociedades más justas, igualitarias, ecologistas, cultas y pacíficas. Encaminar nuestros esfuerzos al bien común, trabajar para proponer otras realidades, luchar por construir otras nuevas en lugar de huir de lo que hay mediante paraísos emocionales y promesas de salvación individuales.



Coral Herrera Gómez
http://www.especialistaenamor.com/





BIBLIOGRAFÍA



1. Armstrong, Karen: “Breve Historia del Mito”, Salamandra, Barcelona, 2005.

2. Asimov, Isaac: “Las palabras y los mitos”, Laia, Barcelonam, 1974.

3. Barthes, Roland: “Mitologías”, Siglo XXI, Madrid, 1º Edición En Francés, 1957, 10º Ed. En Español, 1980.

4. Beck, Ulrich, y Beck-Gernsheim, Elisabeth: “El normal caos del amor. Las nuevas formas de relación amorosa”, Paidós, Barcelona, 2001

5. Blanco Martín, Carlos Javier: “La reproducción del mito”. A parte rei, num 26.

6. Campbell, Joseph: “Las máscaras de Dios: Mitología occidental”, Alianza Editorial, 1964.

7. Coria, Clara: “El amor no es como nos contaron… ni como lo inventamos”, Paidós, Buenos Aires, 2005.

8. De Rougemont, Denis: “El amor y Occidente”, Editorial Kairós, Barcelona, 1976 (8 ed.).

9. Morin Edgar, Complejo de amor, Gazeta de Antropología, Nº 14, 1998, CNRS, París. http://www.ugr.es/~pwlac/

10. Sanpedro, Pilar: El mito del amor y sus consecuencias en los vínculos de pareja

Revista Disenso, num 45, mayo de 2005

11. Yela García, Carlos: “El amor desde la psicología social. Ni tan libres, ni tan racionales”, Ediciones Pirámide, Madrid, 2002.
Publicado por Coral Herrera Gómez

miércoles, 2 de febrero de 2011

Arquetipos femeninos a partir de los cincuenta





CÓMO LLEGAR A SER UNA MUJER MAYOR Y ESPLENDOROSA

"La mayoría de mujeres que conozco no sólo no niegan su edad, sino que, al cumplir los cincuenta, celebran el evento. Sus madres sí que debieron de pasar un mal trago al llegar a la cincuentena, pero para ellas es un día en el que hay que descorchar champán. Cumplir cincuenta años invita a celebrar fiestas de amigas entre las que alcanzan juntas esa edad. Es tiempo de festejos para algunas, y la ocasión de iniciar rituales o plantearse el retiro para otras. A los cincuenta, la mayoría de las mujeres también celebran su aspecto y su espíritu joven. Con todo, el hecho de envejecer las sume en una cierta intranquilidad. Las mujeres que llegan a los cincuenta no tienen una idea muy clara de la persona en quien van a convertirse, no conocen las energías potenciales que implica la menopausia o no comprenden que se encuentran en el umbral de una etapa de sus vidas en la cual desarrollarán su personalidad como jamás lo habían hecho anteriormente.

He escrito "Las diosas de la mujer madura" para que las mujeres puedan nombrar y reconocer aquello que les inquieta. El origen de estos sentimientos son los arquetipos de la diosa que hay en nuestro interior, los patrones y las energías de la psique. Al saber quiénes son las diosas, las mujeres pueden llegar a ser más conscientes de las potencialidades que hay en ellas, las cuales, una vez reconocidas, son fuente de espiritualidad, sabiduría, compasión y acción. Cuando los arquetipos se activan, por consiguiente, nos proporcionan energía y nos transmiten una sensación de autenticidad y de haber encontrado un sentido a nuestra vida.



En algún momento después de los cincuenta o de la menopausia toda mujer cruza un umbral hacia la tercera fase de su vida, entrando de este modo en un territorio desconocido. Para un patriarcado orientado sobre todo hacia la juventud, convertirse en una mujer mayor es convertirse en alguien invisible, en una no-entidad. Sin embargo, desde la perspectiva arquetípica que elucido es posible que este tercer trimestre sea una época de plenitud e integración personal, en la cual nuestros actos devengan la expresión de nuestra identidad más profunda. Cumplidos ya los cincuenta, en esos años llenos de energía, puede que lleguemos a ser más visibles en el mundo de lo que jamás lo fuimos, quizá desarrollemos nuestra vida interior o nos dediquemos a cuestiones creativas, o incluso es posible que actuemos como una influencia que equilibra nuestra constelación familiar. Lejos de ser una no-entidad, en la tercera etapa de su vida es cuando la mujer se convierte, más que nunca, en alguien con una personalidad definida y sólida. Sólo hay que pensar que en la tradición indígena americana una mujer llegaba a la completa madurez a los cincuenta y dos.

Las mujeres que cumplieron la mayoría de edad durante el movimiento feminista a finales de los sesenta y setenta han rechazado estereotipos, explorado nuevas posibilidades, desaliado viejas limitaciones e insistido en volver a definirse en cada nueva década. Anticipo, dicho sea de paso, que a medida que la generación de mujeres del baby-boom vaya alcanzando esta tercera etapa de madurez, la connotación de la misma palabra "vieja" cambiará. Mi intención, al escribir Las diosas de la mujer madura, es la de contribuir a redimir la palabra "anciana" o "vieja", la tercera etapa de la vida, y, sobre todo, ayudar a las mujeres a reconocer los arquetipos que en esta época devienen accesibles como fuentes de energía y dirección."

La menopausia

"A diferencia de cuando se cumplen los cincuenta, pasar la menopausia es un episodio muy privado. Para la mayoría de las mujeres, la menopausia llega sobre los cincuenta, cinco años más, cinco años menos; digamos entre los cuarenta y cinco y los cincuenta y cinco años. Generalmente es la mujer quien decide que ha pasado la menopausia y le ha llegado el momento de cambiar de bando cuando lleva sin menstruar durante un año.

No obstante, la mayoría de las mujeres experimentan ciertas irregularidades que dificultan el poder ser exactos. Hay períodos regulares en que la menstruación cesa, para volver a iniciarse luego, y suelen observarse con frecuencia pérdidas durante cortos períodos. Para complicar todavía más el asunto, los tratamientos terapéuticos de sustitución hormonal pueden provocar la menstruación, mientras que la extirpación del útero o la quimioterapia hacen cesar la menstruación de manera artificial.

Ciertas mujeres perimenopáusicas lamentarán el fin de sus años fértiles, pero habrá otras que se sentirán liberadas. Algunas quizá se preocupen por la posibilidad de quedar embarazadas durante la menopausia, otras, en cambio, desearían que así fuera. Es verdad que entre los síntomas se da un cierto malestar físico y psicológico; y la reacción de los demás, especialmente la de los hombres, hace de la menopausia un acontecimiento fisiológicamente confuso que la mayoría de mujeres no celebran.

Sin embargo, el panorama no es así necesariamente. Han existido, y todavía existen, culturas que muestran su respeto hacia las mujeres mayores o sabias, cuya menopausia se convierte en el momento que marca la transición hacia una condición nueva y honorable. Esto es lo que sucede cuando se considera que las mujeres se reflejan positivamente en la naturaleza, y viceversa. Como ocurre en muchas de las tradiciones tribales de los indígenas americanos, la menarquía (el inicio de la menstruación) y la menopausia marcan las transiciones principales de este importante ciclo (los misterios de la sangre) que vincula a las mujeres, la luna y la divina feminidad.

Sea en su aspecto de cuarto creciente o cuando se muestra llena y esplendorosa, sabemos que observamos sólo una faceta de la esférica luna. Del mismo modo, los antiguos veían a la diosa como una, aun siendo tripartita dadas sus tres facetas de doncella, madre y anciana. Observaban los ciclos de la luna, de las estaciones y de la fertilidad de la tierra, y también los ciclos de los cuerpos de las mujeres, que compartían sus mismas características.



En la antigüedad y en las tradiciones indígenas, cuando una niña empezaba a sangrar, se convertía en una mujer que iniciaba la etapa de doncella, el equivalente metafórico a la luna creciente. Un ritual marcaba su nueva condición. Después del comienzo de la menstruación, sus períodos menstruales entraban en sincronía con el de otras mujeres (como ocurre con las mujeres que comparten dormitorio o piso de estudiantes) y con la luna. De esta manera, la joven sangraría una vez al mes durante su menstruación o «período lunar» hasta que quedara embarazada. Su primer embarazo era una iniciación a la segunda etapa de la vida, correspondiente a la luna llena y la segunda faceta de la diosa tripartita. Cuando quedaba embarazada, se decía que retenía la sangre en el cuerpo para hacer un niño. Sólo después de dar a luz, y finalizada la lactancia, empezaba a menstruar de nuevo. El proceso se repetía hasta que la mujer volvía a quedarse embarazada o hasta que entraba en la menopausia. El cesamiento de la menstruación marcaba luego otro cambio fundamental. De nuevo se decía que la mujer retenía sangre en su cuerpo; sólo que entonces no era para gestar a un niño, sino para gestar sabiduría. La menopausia marcaba el paso a la tercera etapa de la vida de una mujer, correspondiente a la luna menguante, y era la iniciación a la etapa de la mujer sabia o anciana.



En muchas tradiciones indígenas americanas, cuando la mujer dejaba de menstruar, podía ser elegida para convertirse en madre del clan o incorporarse a la tienda de las abuelas. La sabiduría adquirida era un valor positivo, y el interés de la anciana se extendía ahora más allá de su familia para abarcar a todos los niños y al bienestar de la tribu. En esta clase de sociedades la mujer postmenopáusica ostentaba claramente un lugar y una posición honorables."


Texto: Jean Shinoda Bolen - Las diosas de la mujer madura
Ilustración: Patricia Ariel http://patricia-ariel.com/
http://www.flickr.com/photos/laethereaofficina/