Por Mirta Rodríguez Calderón(SEMlac)
Si luchar por los propios derechos aun hasta la muerte, es ser feministas; si aliviar y acompañar el dolor de otras mujeres es ser feministas, si enfrentar la opresión y negarse a la sumisión frente a lo que hoy llamamos patriarcado es ser feministas, ellas fueron las primeras. Un abordaje de esos tiempos, para iluminar el presente del feminismo.
Si constituirse en reservorios de la cultura, de los secretos de la sanación y las sabidurías ancestrales ha conformado el cuerpo teórico del feminismo, ellas fueron las primeras académicas.
Si los saberes que hoy reivindicamos como intuición, sexto sentido, corazonada o don de brujas son parte de la savia que alimenta nuestra vocación feminista, ellas, las que se enfrentaron, las que resistieron, las que sobrevivieron a las llamas con su ejemplo de estoicismo y de sapiencias, fueron las mejores.
Si la noción de sororidad —ese otro tipo de solidaridad— tuvo un origen en la hermandad y la identificación entre mujeres; ellas, las incineradas, fueron las primeras sororarias.
Un nuevo Encuentro Continental de Feministas de América Latina y el Caribe acaba de hacer nidos y multiplicar esperanzas en ese México que vio la Inquisición y a los primeros invasores de nuestras tierras, a los patriarcas de barbas y de caballos.
Los desmanes y atropellos llegados desde la España del medioevo trajeron fuegos de muerte, violaciones y todo tipo de engaños a la población originaria, cuyas mujeres se vieron forzadas a reproducir la economía y los genes de los recién llegados.
Los sufrimientos de entonces, muchos de ellos narrados por las mujeres, dieron esencia a ese maravilloso libro que Miguel León Portilla llamó Visión de los Vencidos: ''La tierra se acedó, se acedó la comida...'', conmovedora expresión de tristeza de las que, sin poder comprender, supieron que la época que se iniciaba casi seguro sería peor, especialmente para ellas.
Una semejante realidad patriarcal
En el último año han muerto en el mundo más de medio millón de mujeres por parto o problemas con el embarazo. De ellas, tres por ciento fueron latinoamericanas o caribeñas. República Dominicana aportó 160 por cada 100.000 nacidos vivos, según el último Estado Mundial de la Infancia 2009, de Naciones Unidas.
TodavÍa el derecho de las mujeres a decidir sobre sus cuerpos y a interrumpir los embarazos no deseados es objeto de fuerte controversia con las iglesias, el segmento más retardatario de este país, aun con esa realidad terrible de estar Dominicana en el cuarto lugar de mayor mortalidad materna, sólo superado por Haití, Bolivia y Perú.
La situación tiene bastante parentesco con las cifras de quemadas por la Inquisición, acusadas de brujas o sanadoras. Un artículo de la colombiana Rosalba Moreno calcula en nueve millones de personas las incineradas.
Se sabe hoy que 80 por ciento fueron mujeres, cálculo corroborado por la española María Fuentes en su libro Mujeres y salud desde el sur. "La gran mayoría eran sanadoras, curanderas y comadronas, que eran acusadas de poseer sexualidad —porque la ejercían, presume la autora—, de estar organizadas y de poseer conocimientos médicos y ginecológicos", escribe Moreno.
"Mientras que, a finales del siglo XVI, una partera —Agnes Simpson— es quemada en la hoguera por intentar disminuir el dolor del parto entre las mujeres, por ese mismo hecho, dos siglos más tarde, se le da el rango de Lord al médico que asistió a la reina Victoria de Inglaterra en su parto", agrega.
Las brujas no se quejan
Si las culpas de hoy son las de parir o no querer parir, las de ayer tenían que ver con los abusos de poder que nos alcanzan, fieramente, en nuestros días.
Sólo en República Dominicana, un pequeño país caribeño de ocho y medio millones de habitantes, en lo que va de año han sido asesinadas 37 mujeres, ultimadas porque no quisieron volver ni soportar, no se plegaron. Léase porque, sabiéndolo o sin saberlo, eran feministas.
En su libro Las brujas no se quejan, la psicoanalista Jean Shinoda Bolen, (famosísima después de escribir Las Diosas de cada mujer y Los dioses de cada hombre), proyecta su pensamiento sobre tales relaciones de poder con la poca autoestima femenina: "La desigualdad que se ha formado al amparo de la cultura fomenta la poca autoestima. Con el feminismo, las mujeres fueron conscientes de que eso constituye un principio fundamental del patriarcado. La desigualdad lleva al abuso de poder por parte de los que ostentan la autoridad, y eso los daña anímicamente, así como hiere a quienes ellos mismos oprimen."
La cara humana de las brujas
Berenice Pacheco Salazar es una investigadora y poeta dominicana. En el Último encuentro académico del Centro de Estudios de Género de la Universidad Tecnológica, presentó una ponencia imaginativa y creadora.
Sin descuidar los requerimientos científicos, Pacheco estructuró Reflexiones sobre poder y conocimiento: dialogando con las brujas. Ellas, las sanadoras, se llaman Marta, Mercedes y Altagracia. Una es campesina pobre y vive en San Cristóbal, provincia limítrofe con la capital; otra es de clase media y la tercera proviene de un barrio semimarginal en el mismo Santo Domingo.
La estudiosa repasó la historia para subrayar que, aún en el presente, "el término brujas posee un estigma cultural negativo y despectivo que las etiqueta como seres malignos y perversos. Sin embargo, ¿por qué una cultura que convive con lo mágico religioso no aprueba públicamente a las brujas?" comentó a SEMlac.
En República Dominicana, como en todo el Caribe hispano, los restos de las que fueron creencias autóctonas aparecen fusionados con las de origen africano y con el culto a los muertos o espiritismo, mientras que en el área francesa, esencialmente Haití, imperan el vudú y sus prácticas de devociones y sacrificios.
Convocada a echar una mirada feminista sobre las teorías tradicionales del conocimiento, Berenice sostiene que este ha excluido a las mujeres y ha sido androcéntrico en la medida en que se ha adscrito a la razón masculina, y por demás blanca y adulta, como atributo máximo para dar coherencia e interpretación al mundo.
"Se hace evidente que las brujas del medioevo fueron quemadas por transgredir normativas del patriarcado capitalista", dice rotunda. Citando a María Mies, señala que fue "el feminicidio institucionalizado más grande de la historia. Y por qué las quemaron: por ejercer una sexualidad sin fines reproductivos, transmitir sus conocimientos, organizarse y sanar fuera de la iglesia y de la fe religiosa".
En sus exploraciones preliminares, la joven catedrática del Centro de Estudios de Género determinó que es muy alta la cifra de personas que, en el presente, acuden a las brujas. "Alguna gente lo dice con reparos: 'no es que yo crea, pero...' Lo cierto es que, por curiosidad o por fe, tanto hombres como mujeres acuden a estas sabias del presente".
Altagracia, Marta y Mercedes le contaron a Pacheco que "las mujeres vienen por su salud y para conseguir maridos y amarrar maridos. Los hombres vienen mucho si no tienen erección. Los hombres vienen mucho por esos asuntos".
Aparte de las cualidades de adivinadoras o pitonisas, su conocimiento es reconocido. La feminista elogia los saberes de las plantas que tiene, por ejemplo, Marta, la campesina: "ella me dijo que las plantas le hablan a todo el mundo, que no lo hacen con nuestra voz y que no todo el mundo sabe oírlas, pero que, cuando ella las va buscando, las mismas plantas le dicen cuál es la que necesita para el remedio que prepara".
"Ser bruja es un poder", le dijo Mercedes a la investigadora. Marta evidenció que también lo comprende así: "Un don y un poder para aportar y servir a la mejoría", le dijo.
Beber de nuevas fuentes
Berenice Pacheco se siente lista para reclamar a sus iguales "un quehacer académico que le dé importancia a las experiencias cotidianas de las mujeres y camine junto a ellas comprendiendo que pensamiento y práctica feministas no se construyen como mera abstracción teórica de la academia".
"Tenemos que beber de nuevas fuentes. La academia debe escuchar, cuestionarse, reinventarse, comprometerse para caminar hacia la igualdad", proclama enfática.
"Hoy día, en 2009, hablando de las brujas, mi principal aprendizaje es esa discusión epistemológica de cuál es el conocimiento al que, como feministas, nosotras le atribuimos mayor importancia, cuál es el que consideramos como válido. Tenemos —creo yo— que producir la discusión de cómo las académicas no son las únicas constructoras de conocimiento válido, porque el conocimiento que esas mujeres han construido en sus comunidades es poder. El tema del poder y el del conocimiento son, o deben ser, los dos grandes debates en el feminismo de hoy", resumió.
En sus conversaciones con SEMlac, Berenice Pacheco enfocó también los asuntos vinculados al valor de la intuición, cualesquiera que sean los nombres que ésta adopte.
Eso parecería estar anticipando la existencia de una masa crítica que ha ido adquiriendo proporciones con los numerosos grupos de mujeres que, en varios países, están volviendo a los grupos de discusión y de autoconciencia impulsados por las feministas de los años sesenta, pero ahora inspirados en Mujeres que corren con los lobos, de la también psicoanalista de la escuela de Carl Jung, Clarissa Pinkola Estés, quien afirma: "Tenemos que poder contemplar nuestras acciones pasadas con honor. Tenemos que buscar la utilidad de nuestro enojo".
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