"La civilización empezará el día en que el bienestar del recién nacido prevalezca sobre cualquier otra consideración."
Wilhelm Reich
"Cuando nace un niño también nace una madre" dice una publicidad. Pero ¿qué más....? ¿qué pasa con el padre? ¿cómo se articula esa nueva realidad? ¿de qué modo y por qué se transforma la sexualidad femenina durante un largo período antes, durante y depués del embarazo? ¿de qué se trata esa relación simbiótica entre la madre y el hijo? ¿por qué ocurren estos cambios tan radicales en las mujeres durante la maternidad? ¿cómo se articulaban la sexualidad femenina y la maternidad en otras sociedades a lo largo de la historia? ¿existía la pareja estable? ¿existía la figura del padre tal como la concebimos hoy en día? ¿existieron las sociedades matrilineales? ¿qué mensaje encierra el arte del paleolítico? ¿cómo se puede contruír una sociedad más sana para todos, donde los niños reciban el amor que necesitan? ¿cómo podrían mejorar las relaciones entre los sexos? ¿cómo dejar de pelear por el poder en una sociedad donde las leyes y las costumbres son todavía patriarcales y violentas?
Lo que viene a continuación es un texto cuestionador que intenta contestar todas estas preguntas, se puede estar de acuerdo, se puede discrepar, pero lo considero muy valioso. Se compone de investigaciones acerca del arte paleolítico, observaciones antropológicas, psicoanálisis, psicología reichiana, mitología, y por sobre todo, el ingrediente del sentido común es uno de los grandes valores de Casilda Rodrigáñez. La sexualidad femenina de las madres está oculta, es un tema tabú en nuestras sociedades, sostiene la autora. Si no fuera así, escribe Casilda: "recuperaríamos el mundo donde la madre amante de sus criaturas no sólo no estuviera prohibida, sino por el contrario, estuviera considerada como lo más benefactor de la condición humana, tanto para el despliegue de la sexualidad primaria, como para la conservación del grupo, como foco y factor de cohesión y de fraternidad; como punto de partida y de vertebración del tejido social formado por la ayuda mutua."
Este ensayo puede explicar la sensación de desilusión a la que muchas madres jóvenes se enfrentan hoy en día: o están en crisis con sus parejas, enojadas, desconcertadas, etc, o bien viviendo a un ritmo ajeno a sus reales necesidades, sobrepasadas, estresadas, teniendo que compatibilizar horarios de trabajo con la crianza de hijos que requieren otros tiempos y espacios. Sin entender mucho el por qué están así, muchas de estas madres se preguntan cuál es la razón por la que se sienten tan mal si la maternidad debería ser un momento de plenitud en sus vidas. Espero que este texto sea iluminador para ustedes. Y, aún mejor, que les despierte más curiosidad y ganas de leer y debatir.
"¿Cómo se va a entender el arte paleolítico desde un mundo en el que, como dijo Freud, sólo existe el sexo masculino, y el femenino se ha definido en negativo, como un sujeto humano castrado, que carece de pene? Si querían recrear y representar el sexo, ¿para qué representar un cuerpo castrado? ¿Cómo no va a haber desconcierto y extrañeza, cuando se ha borrado de nuestro lenguaje y de nuestra idea del mundo y de la vida, la sexualidad específica de la mujer y su papel fundamental en la sociedad humana?
Entonces el desconcierto ante las representaciones de mujeres del Paleolítico se debe a que lo que nuestr@s antepasad@s pintaban y esculpían es algo que, como decía Lea Melandri, se ha excluido de nuestra forma de existencia actual; algo de lo que sólo quedan vestigios a los que se han aludido con lo del famoso continente negro,o como lo ignoto, lo oscuro, remoto, sombrío (Freud), lo jamás definido, (Groddeck), etc.. Y como nuestra sexualidad y nuestra forma propia de existir han desaparecido de nuestro mundo, el campo queda libre para falsearlas representaciones de nuestras antepasadas y atribuirlas a supuestas creencias mágicas. Pero la mujer que la sociedad patriarcal ha erradicado de este mundo está ahí, reflejada en ese arte que tanto desconcierto siembra.
A pesar de estar excluidas de nuestro mundo, la falta de representación simbólica de la mujer y de la madre en nuestra sociedad ha sido detectada y denunciada desde cierto sector del feminismo; porque hay algo de ellas que, aunque su expansión y expresión estén bloqueadas en la producción social, sigue latiendo en el fondo de nuestro ser psicosomático.
Refiriéndose a esta falta, dice Luce Irigaray:
¿Dónde quedan, para nosotras, lo imaginario y lo simbólico de la vida intrauterina?
¿Dónde quedan, para nosotras, lo imaginario y lo simbólico de la vida intrauterina y del primer cuerpo a cuerpo con la madre? ¿En que noche, en qué locura quedan abandonados?
Deseo loco, esta relación con la madre, ya que constituye el ‘continente negro’ por excelencia. Permanece en la sombra de nuestra cultura, es su sombra y sus infiernos…
Deseo loco,
deseo negado,
deseo reprimido,
silenciado;
en la sombra de nuestra cultura
y en las profundidades de nuestro inconsciente.
Enterrado en los infiernos,
como los hijos de Gea;
desterrado en el Hades donde está toda la vida que no debe ser.
Por eso decía Freud:
Todo, en el ámbito de la primera vinculación con la madre, me parece difícil de captar analíticamente, oscuro, remoto, sombrío, difícil de devolver a la vida, como si hubiera caído bajo una represión particularmente inexorable (24).
Con el destierro y la satanización de la sexualidad de la mujer, una gran parte del ser psicosomático humano masculino y femenino quedó también desterrado en el Hades, como lo fueron en la mitología los hijos de Gea. Por eso todo lo que tiene que ver con el vínculo con la madre, la sexualidad básica y la producción deseante de las criaturas que garantiza el continuum autorregulador de sus vidas, está excluído de nuestra conciencia y de nuestra imaginación, habita en un mundo distinto al nuestro, a donde nos estamos adentrando de la mano de la mitología, de la arqueología y también del psicoanálisis.
El orden social, nuestra cultura, el mismo psicoanálisis, así lo quieren: la madre debe permanecer prohibida.
Estamos, pues, tratando de viajar a otra sociedad, a otro mundo, a otra mujer, de una cultura anterior a la prohibición de la otra forma de ser mujer, de la madre y de la maternidad. Pero no es un viaje de recreo; es un combate, un asalto… a nuestra propia conciencia; es un cuestionamiento de la percepción que tenemos de nosotr@s mism@s, de nuestro ser psicosomático, para reconocer en él lo que nos ha sido ocultado.
¿Pueden estas imágenes y las que veremos a continuación, ayudarnos a evocar el cuerpo y el latido materno compartidos; a imaginar la pasión benefactora manando de ese cuerpo, y su deseo de nuestra existencia? ¿Pueden ayudarnos a pensarnos relajadas en ese regazo, pegadas a esa piel, saciando nuestro anhelo –boca, lengua, estómago– de sus líquidos? ¿Pueden ayudarnos a reconocer ese deseo negado del lametazo materno? ¿A sentirnos la criatura inocente, confiada y saciada que nuestro inconsciente sabe que hemos sido y que desea que volviéramos a ser? ¿A recuperar nuestro estado de criatura deseante y saciante? Y entonces y por lo tanto, recuperar también nuestros cuerpos de mujeres capaces de ese latido y de esa pasión productoras de criaturas saciadas y deseantes.
Con la exclusión de la mujer, se destruye la capacidad humana, masculina y femenina, de desear y amar lo deseable y lo amable. En el Hades está la mujer prohibida, en el Infierno la lascivia y la maldad femenil; es decir, el amor de la madre verdadera que brota de la interacción libidinal del estado de simbiosis de la etapa primal, y la condición humana en sintonía gaiática.
La primera vez que dirigí la mirada a las imágenes del Paleolítico y del Neolítico dándome cuenta de lo que estaba viendo, que no eran simplemente maravillas artísticas, que eran la representación de un mundo con madre, de un mundo con mujeres verdaderas, cuerpos sólidos, macizos, compactos, fundamentales, pisando tierra, surcando aguas y aires, haciendo el fuego del bienestar doméstico; cuerpos cambiantes, valiosos y libres –no mujeres-objeto, no mujeres prostituídas ni esclavizadas– me embargó una emoción especial, algo se movió dentro de cada célula de mi cuerpo, la piel se me puso de carne de gallina y los ojos se me llenaron de lágrimas, como si estuviera ante el mayor prodigio jamás contemplado.
¡Cómo pueden cambiar las cosas, según los ojos con los que se miren! ¡Cómo pueden influir los prejuicios, las ideas preconcebidas para transformar la percepción de las cosas! ¡Qué horror la campaña de deificación de la imagen de la mujer que puede seguir cegando y haciendo invisible la evidencia de sus cuerpos!
Hay, pues, que empezar a pensar y a imaginarse lo que puede ser el despliegue social de la sexualidad de la mujer, alentando la simbiosis primaria del ser humano; imaginarnos creciendo en el ‘muttertum’; imaginarnos como seríamos después l@s adult@s crecid@s en el ‘muttertum’, con las criaturas pequeñas saltando de regazo en regazo, chupando y lamiendo, incorporadas a nuestros cuerpos en todo el quehacer cotidiano. Imaginarnos los grupos humanos formados no al lado, no en contra, no a pesar de los inconvenientes de la crianza, sino en función de ella, para protegerla y cuidarla como el bien más preciado del grupo. Ni tuya ni mía, las criaturas serían de los grupos humanos, no por ley, no por decreto establecido, sino por la cualidad de la energía libidinal. Por eso, su bienestar sería de hecho el de tod@s. Y si un grupo humano se pone a funcionar teniendo como lo primordial el bienestar inmediato y el cuidado de la pequeña criatura, recuperaría el impulso vital de búsqueda del bienestar; haría volver la sabiduría perdida, el impulso general por el cuidado de los demás que ha sido sustituído hoy por el afan de dinero y de éxito. Como decía Wilhelm Reich:
"La civilización empezará el día en que el bienestar del recién nacido prevalezca sobre cualquier otra consideración."
Es decir, recuperaríamos el mundo donde la madre amante de sus criaturas no sólo no estuviera prohibida, sino por el contrario, estuviera considerada como lo más benefactor de la condición humana, tanto para el despliegue de la sexualidad primaria, como para la conservación del grupo, como foco y factor de cohesión y de fraternidad; como punto de partida y de vertebración del tejido social formado por la ayuda mutua. Ya vimos como Bachofen decía que la maternidad y el amor y los cuidados maternales (sic) fueron el origen de la cultura. Más adelante Bachofen vuelve a afirmar que el principio de la fraternidad descansa en la maternidad.
El amor procedente del entorno materno no sólo es más tierno sino también más general, más universal.
Tácito, que menciona esta idea restringida a la relación de hermanas entre los germanos, no se percata de su pleno significado, ni tampoco del amplio despliegue que ha obtenido en la historia. Si en el principio paterno impera el límite, en lo maternal rige la universalidad; si el primero conlleva siempre la reducción a pequeños círculos, el segundo no conoce limitaciones, tan pocas como la naturaleza. La fraternidad universal de todos los hombres procede de lo materno procreador, y su realidad y reconocimiento sucumbirán con el desarrollo de la paternidad (‘Paternität’)… La familia fundada sobre el derecho paterno(‘Väterrecht’) se encierra en un organismo individual. La familia basada en el derecho materno por el contrario, posee el carácter universal típico que caracteriza a los comienzos de toda evolución y que distingue a la vida corporal de la espiritual… Cada seno de mujer traerá al mundo niños que serán entre ellos hermanas y hermanos, hasta que el desarrollo de la paternidad (‘Paternität’) disuelva esa unidad y la indiferenciación quede superada por el principio de la diferenciación y la división. [Aclaración: indiferenciación = igualdad; diferenciación y división = segregación y jerarquía, por sexo, orden de nacimiento, reconocimiento paterno y de la familia patriarcal, etc.].
En los estadios de la matrística ese aspecto del principio materno (‘mutterprinzips’) alcanzó multitud de expresiones variadas… En él se funda el principio de libertad e igualdad universales, que a menudo encontramos como rasgos esenciales de la vida de los pueblos ginecocráticos (‘gynaikokratischer’), y a él se debe también la Philoxenia u hospitalidad el significado abarcante de ciertos términos… ya que todos los miembros del estado eran considerados familiares debido a su procedencia común de una misma madre, latierra… Sobre todo se ha alabado en los estados ginecocráticos la ausencia de disensiones internas y su rechazo de la discordia. Aquellas solemnes asambleas comunales [negritas nuestras] o ‘panegirios’ que todo el pueblo celebraba compartiendo un sentimiento de fraternidad…
El tejido de costumbres del mundo ginecocrático está rodeado de un halo de benévola humanidad, … y le otorga un carácter que permite reconocer de nuevo todo lo que el universo materno conlleva de benéfico. Estas generaciones humanas primitivas, que subordinadas en todo su ser a la ley de la madre proporcionaron a la posteridad los rasgos esenciales de la imagen de la edad de plata de la humanidad, aparecen bajo el aspecto de una ingenuidad saturna. Qué comprensible resulta ahora el realce de la madre y de sus continuos y esmerados cuidados, tal y como lo describe Hesíodo, así como la eterna minoría de edad de los hijos que siguiendo una evolución más corporal que espiritual, disfrutan hasta una edad avanzada de la paz y la plenitud que la vida agrícola ofrece al amparo de la madre; estas imágenes corresponden a la de una felicidad perdida, sustentada siempre por el dominio de lo maternal, y remiten a aquellas ‘archeia phyla gynaikon' (generaciones primitivas de mujeres) con las que desapareció la paz sobre la tierra. La historicidad del mito encuentra aquí una sorprendente confirmación Ni… la fantasía, ni… la poesía… deben desfigurar el núcleo histórico de la tradición, ni ensombrecer el carácter esencial de la existencia humana arcaica y su significación para la vida.
La dificultad de traducir a Bachofen es en parte la misma dificultad de comprender el valor social del cuerpo y del amor materno; la misma resistencia a traducir mutterlich y muttertum. Pero si tan solo tuviéramos en cuenta aquello de Deleuze y Guattari de que ‘el campo social está recorrido por el deseo’) (36), un deseo que no sale de las páginas de los códices ni de los despachos de los ministerios, sino de los cuerpos vivos; o si pensamos un poco en la obra de Wilhem Reich dedicada a probar la función social de la líbido; si hacemos un esfuerzo por imaginar en la práctica la afirmación teórica de que la dimensión libidinal de la vida humana juega un papel esencial en la organización social, nos resultaría más fácil traducir a Bachofen; es decir, entender la vertebración de las relaciones humanas desde lo maternal, desde la líbido que fluye de los cuerpos; una verdad tan sencilla y que nos cuesta tanto aceptar acostumbrad@s a entender las relaciones humanas reguladas por la Ley.
De hecho así fue y así ha sido siempre. Bachofen asocia explícitamente ‘heterismo’ (relaciones sexuales espontáneas, ausencia de matrimonio o pareja estable) con muttertum y mutterlich, como la civilización primera y original humana (por cierto, que también se suele traducir ‘heterismo’ por ‘prostitución’, y en los diccionarios ‘hetaira’ es sinónimo de ‘prostituta’); ginecocracia con matrimonio demétrico y filiación matrilineal como una fase previa al desarrollo de la paternidad; del período que venimos llamando de transición. La ausencia de reglamentación en las relaciones sexuales, la reglamentación, y dentro de la reglamentación, los diferentes tipos de la misma, son cuestiones claves para determinar un modo de vida y una organización social. Prescott (Body pleasure and the origins of violence -literalmente,’el placer corporal y los orígenes de la violencia’-) realizó un sorprendente estudio comparativo en 50 tribus; observó en todas ellas los siguientes aspectos: el trato corporal del bebe y de la infancia en general, el grado de represión o libertad de la sexualidad dela mujer, y el grado de violencia general. La correlación de los dos primeros indicadores con el grado de violencia era estadísticamente significativa: a menor grado de placer corporal en la infancia y en la mujer, mayor grado de violencia en la sociedad estudiada. No se trata sólo de cuestionar el coito como la base de toda la sexualidad, y de admitir otra sexualidad femenina y otra sexualidad primaria y común a todas las criaturas, es decir, otra sexualidad no falocéntrica –lo cual ya es mucho–; se trata de entender la función social de la líbido femenina-materna y su papel en la formación del núcleo humano; un núcleo humano que no se forma ni se estabiliza con la pareja heterosexual adulta. De algún modo, el arte paleolítico también cobra sentido desde la perspectiva del matricidio y desde el vacío constatado por cierto sector del psicoanálisis, que ha empezado a poner sobre el tapete la falta de madre en este mundo, tanto en lo psíquico, como en lo emocional, en lo imaginario y en lo simbólico.
Pero también cruzando los datos de la arqueología con el estudio de la mitología arcaica de Bachofen, la proliferación de imágenes de mujer cobra sentido, por la función socializadora de la madre en los orígenes de nuestra civilización. Como dice Bachofen: ¡Qué comprensible resulta ahora el realce de la madre!
La matrística queda definida de un plumazo con el término de Bachofen ‘muttertum’; ( y también con la expresión de el ‘imperio’ del cuerpo concipiente)
Sigamos cruzando datos con el paleolítico; iremos viendo que cada vez queda más claro, que no tiene ningún sentido atribuir ideas religiosas a aquella etapa de nuestra historia. Vamos con el análisis de la argentina Martha Moia sobre el ginecogrupo o grupo matrifocal:
El primer vínculo social estable de la especie humana no fue la pareja heterosexual (mujer y varón) creada por el cazador, como sostiene la mayoría de científicos sociales, sino el conjunto de lazos que unen a la mujer con la criatura que da a luz… El vínculo original diádico madre/criatura se expande al agregarse otras mujeres en estado de gestación-crianza, y las que habían pasado por esas etapas, para ayudarse en la tarea común de dar y conservar la vida la misma circunstacia las aúna, y el conocimiento compartido permite que cristalice la solidaridad entre ellas. Se origina así el grupo social primario, compuesto por mujeres de varias generaciones y sus proles… Los lazos que establece la cópula en la época arcaica son momentáneos e inestables, y no parecen haber sido el elemento fundacional del grupo.
Con frecuencia se utiliza una metáfora para hablar de las relaciones que establecen los seres humanos y se dice que conforman la tela de la sociedad. En virtud del papel que ha desempeñado la mujer…, podríamos decir que es la urdimbre o recto del hilo; el conjunto de hilos paralelos que se colocan en el telar para empezar la tela. Es el primer paso del proceso, sin el que no podrían darse los demás. Por otra parte es la dirección del tejido que posee mayor resistencia… El hombre al entrar en relaciones específicas con la mujer, conforma la trama. La tela, entonces, es una función del enlace correcto de urdimbre y trama estructura que es producto de la inserción de una dirección en la otra, sin que ninguna altere su curso.
En resumen:
El ginecogrupo –y no la pareja heterosexual– es la primera forma de organización humana, original y universal.
Esto significa que no es un tipo de organización cualquiera, sino la primera forma grupal que permite la consolidación de la especie en el tiempo, y que se estructura a partir de exigencias específicamente humanas, es decir, culturales y no instintivas. Dicho de otra manera, no es un resto de una forma de organización entre varias posibles, sino la original, a partir de la cual se derivarán todas las variables conocidas.
Para entender el ginecogrupo, como hemos señalado antes, hay que situar el papel de la sexualidad en el grupo humano y reconocer los estados sexuales de la vida humana. Es decir, leer a Moia desde la perspectiva reichiana:
No sólo resulta desconcertante la organización sexual del 'mutterrecht' por su diferente organización de la consanguinidad, sino también por el efecto autorregulador natural que imprimía a la vida sexual. Hasta Morgan, y después de él, Engels, nadie había reconocido su auténtico fundamento, que era la ausencia de la propiedad privada de los medios de producción social.
La metáfora que nos propone Moia de la urdimbre y la trama de la tela social, es muy interesante porque sirve para dar respuesta a los hombres contemporáneos, que ante estos planteamientos se preguntan “y ahora nosotros ¿qué pintamos en todo esto?”.
En esta pregunta se mezclan dos cosas, una sana inquietud ante cuál va a ser ahora la relación entre los sexos, y una malsana inquietud ante la amenaza de pérdida de su Poder. Teniendo en cuenta que su Poder está asociado a la afirmación de su ego, de tal manera que la realización o desenvolvimiento de su ego exige una posición de dominación y superioridad sobre el otro sexo, la amenaza de la pérdida de este Poder es siempre una amenaza a su propia estabilidad psíquica y emocional. La dificultad para afrontar esta amenaza o esta desestabilización es tanto mayor por cuanto la autoafirmación masculina (el Poder del sexo masculino sobre el femenino y sobre l@s hij@s), en ciertos aspectos y hasta cierto punto, se realiza sin que los propios hombres se den cuenta. En definitiva, que si el equilibrio actual entre los sexos está basado en una relación de Poder, que en parte se produce de modo inconsciente, es lógico que el cuestionamiento de dicha relación produzca desestabilización y crisis, o cuando menos, una cierta zozobra, que no se sabe cómo manejar. Son 5000 años de cultura condensada en los egos masculinos (y femeninos).
La jerarquización de las diferencias acarrea inevitablemente envidias, unas veces conscientes y otras muy inconscientes. A las mujeres se nos ha atribuído una ‘envidia del pene’ (puesto que éramos unas castradas sinsexo); pero también hay una envidia en los hombres del sexo femenino latente, porque a pesar de la represión inexorable de nuestra sexualidad, siempre ha habido algo del sexo femenino imborrable: las mujeres siemprehemos parido. Y, como dice Laing, en el fondo del inconsciente masculino también existe la envidia del útero: La ‘envidia uterina’ de la función biológica femenina es posiblemente más profunda que la conocida envidia del pene achacada a las mujeres. Cuando se desestabiliza el equilibrio basado en la relación de Poder, aflora del inconsciente masculino la envidia uterina latente. La envidia es un correlato de la jerarquía. La envidia es un sentimiento que impulsa o engrasa las relaciones jerárquico-expansivas y la rivalidad, es una componente de la competitividad; o sea, que la envidia es una cuestión de Poder, de las relaciones de Poder que estamos cuestionando. Si en la ‘envidia del pene’ de la mujer había afán de Poder, en la ‘envidia del útero’ masculina hay afán de conservación del Poder, miedo a perderlo. Si las mujeres tenemos que salirnos de la perspectiva del Poder, dejar de vivir en ese mundo para recuperar nuestro sexo y la maternidad, el hombre tiene que rendir su Poder y rendir las corazas levantadas contra lo que amenazaba su Poder.Y entonces afirmar que la líbido no reprimida ni sometida a reglamentación, como lo está ahora, es la sustancia emocional que hace ‘el enlace correcto’ de la urdimbre y la trama para formar el tejido social.
Aunque este tema se aborda en el capítulo V, vaya por delante que esto, en la práctica, como dice Laing, es una disolución de nuestros egos. Con esto que digo, se reconoce la inmensa dificultad que tenemos para recuperar la vida exilada en el Hades. Como es lógico, la resistencia será mayor en los hombres, porque es más difícil rendir el Poder que se tiene que dejar de perseguirlo.
Pero también las mujeres tenemos un muro que romper, puesto que el paradigma de salvación que conforma nuestro ego, es un pacto de sumisión al falo. Castradas, desprovistas de nuestro sexo, las mujeres necesitamos para sobrevivir del Poder del falo, y luchamos y rivalizamos por conseguirlo. Necesitamos el Padre que nos salva. ¿Y cómo cambiar de golpe los paradigmas, si ni siquiera nos podemos imaginar que hay algo mucho mejor que ese ideal de casarse con vestido blanco con el hombre de tu vida?
Por mucho que en el fondo sepamos que luego en la vida cotidiana ese ideal no funciona, que el Poder del falo es omnímodo y se realiza con toda la violencia necesaria, tanto física como psíquica, (y esto no es una frase sino hechos probados con las cifras de lo que eufemísticamente se llama ‘violencia doméstica’); es decir que aunque sepamos que es un ideal que se ha revelado como una falacia, al no tener otra alternativa en nuestra imaginación, atrapadas entre la compulsión de nuestro ego y la presión exterior de la Ley, empeñamos nuestras vidas en tratar de conseguirlo.
Pero por otra parte, somos criaturas que nos cuesta realizar nuestro ego, que nos cuesta ser los hombres y las mujeres que nos han ordenado que seamos. Si estamos escribiendo y leyendo estas cosas, es porque también cuesta y produce sufrimiento realizar el orden establecido. Tenemos que darnos una oportunidad, un margen de confianza, dejar a un lado las envidias y los afanes de autoafirmación social, y quitarnos un poquito las corazas para permitirnos ver qué es eso otro que está en el Hades.
Tratar de entendernos desde la perspectiva de la vida en lugar de vernos desde la perspectiva de la Realidad del Poder.
Tomemos ejemplo de nuestro cuerpo, en el que funcionan simultáneamente el corazón, el hígado, los pulmones, el cerebro, los sistemas inmunológicos, digestivos etc. etc.: cada sistema realiza su función sin jerarquización ni envidias, sino todo lo contrario; porque la armonía del conjunto depende del funcionamiento de cada parte, y el bienestar de cada parte depende del bienestar de l@s demás. ¿Por qué no pensar que puede haber otra relación entre los sexos cuya armonía dependería del desenvolvimiento y no de la represión del sexo femenino? El sexo masculino no tiene que temer la recuperación del sexo femenino, sino todo lo contrario.
La paternidad es un invento del Patriarcado, inexistente en las sociedades matrifocales (...) En este tipo de sociedad, la función masculina tiene su sentido benefactor y los hombres no tienen envidia ni necesidad de matar a la madre, ni de suplantarla, sino todo lo contrario, de velar para que a ningún niñ@ le falte su madre durante la exterogestación. El concepto de paternidad ha ido evolucionando con los ajustes que el Patriarcado ha ido realizando. En los comienzos, cuando la falocracia se ejercía al descubierto y sin camuflajes, no se revestía de ningún hálito libidinal. Era adoptiva, y cuanto más Poder tenía un hombre, más Poder tenía para escoger los hijos que le parecieran mejores, fuera quien fuera la madre, o el varón progenitor. Hoy el Poder del sexo masculino se realiza de formas más sutiles; la paternidad se homologa a la maternidad, para mayor confusión de las funciones de los sexos. El paradigma de padre moderno se presenta con un tinte de ternura y de amor, y puede presentarse homólogo al de la madre en la medida en que el ‘amor’ maternal hoy es tan sólo un sucédaneo del verdadero amor materno, desvinculado de la sexualidad femenina. Quitando a la maternidad su contenido libidinal, la homologación teórica es fácil, aunque luego las estadísticas, no se sabe por qué, prueban que en la práctica tal homologación es inexistente.
La metáfora de Moia de la urdimbre y la trama es excelente, porque afirma ambas funciones, la femenina y la masculina, y no excluye ninguna de la dos; y al mismo tiempo que señala su diferente dirección, sin que ninguna altere el curso de la otra, indica su encaje, su íntimo entrecruzamiento.
La aclaración tiene que servir para que los hombres no traten de suplantar o de interferir en la función de la líbido femenino-materna, sino de protegerla, de cuidar de que a ninguna criatura le falte su madre. En estosmomentos en que hay un movimiento en marcha para recuperar la maternidad, con toda su fuerza y su vitalidad, existe el peligro de que los hombres quieran seguir los pasos de la Medicina en la usurpación de la misma. Es muy duro perder la hegemonía y el Poder. Pero los que verdaderamente quieran ir al restablecimiento de la armonía entre los sexos y entre las generaciones, verán que lo que tienen que ganar vale mucho más que lo que dejan. Su amor y su ternura encajarán perfectamente el día en que se deje seguir su curso a la función materna, porque esa función es la promotora de la sexualidad básica humana que alcanza su punto de inflexión hacia los dos años de edad; un período de la vida humana de fuerte expansión de la sensibilidad y del placer corporal, que ahora no sólo se pierden l@s niñ@s y las mujeres, sino también los hombres.
Ni envidia del pene, ni, ahora que nos planteamos recuperar nuestro sexo y la maternidad, envidia del útero. Hay que empezar a imaginar la expansión de la sexualidad que el despliegue de la diferencia nos traería. La homologación paternidad/maternidad descansa en la necesidad del ego masculino de negar la maternidad y de afirmar su superioridad sobre el sexo femenino. Este ego no puede tolerar que haya una función social benefactora para la vida fuera de su control. No puede tolerar que las mujeres cooperen entre sí para realizar esa función social que les es propia por su sexo, y por eso, a través de la Medicina, ha conseguido el control de los embarazos, de los partos y de la crianza, rompiendo las redes de ayuda mutua entre las mujeres, los vínculos de sororidad, los restos de urdimbre que existían.
El concepto moderno de paternidad (homologado a la maternidad) se presenta como un factor de la emancipación de la mujer, pero en realidad, es la forma moderna de encubrir el matricidio. Otro factor de confusiones el trabajo asalariado que es un modo de trabajo que consagra esta forma de existir en la que la mujer y la maternidad no tienen cabida. Nunca antes del patriarcado y durante millones de años el trabajo fue incompatible con la maternidad. Y ahora, en lugar de denunciar y cuestionar el trabajo asalariado, cuya disciplina y rigidez lo hace incompatible con la maternidad, se le presenta como la panacea de la emancipación de la mujer (y el que la baja de maternidad la puede disfrutar el padre, como una gran conquista). La realidad es que, para no cuestionar el Capital (ni el Poder del sexo masculino) lo que se cuestiona es la maternidad, lo cual resulta más fácil porque ya está cuestionada. Y entre tanto a nadie le duele la cantidad de líbido materna que se sustrae a las criaturas (y a la sociedad en general).
La homologación de las funciones femenina y masculina encubre una brutal represión de la sexualidad femenina y de la sexualidad básica humana en general. La urdimbre sin la trama no forma tejido. El óvulo sin el espermatozoide no hace el zigoto. La urdimbre sola no se mantiene; la urdimbre se tiende para que la cruce la trama y formar tejido. Como señala Moia, los hilos de la urdimbre van en una dirección, y los de la trama en otra, y el sentido de cada uno cobra sentido con el sentido del otro, valga la redundancia. Como indica Moia, las direcciones son distintas, o sea, sus funciones son distintas.
Lo que ocurre es que esta diferencia hoy no es visible estando la sexualidad básica prohibida, la líbido femenina bloqueada, el sexo femenino borrado de nuestra imaginación y masculinizado, y la sociedad hecha de relaciones adultas, falocéntricas y jerarquizadas, que organizan la supervivencia con cuerpos acorazados y con sucedáneos de líbido. Las pulsiones sexuales que brotan están manipuladas y desviadas de su sentido autorregulador. La moral vigente acorde con la Ley, sólo tolera la voluptuosidad femenina en las relaciones coitales; y por eso crea el modelo de buena madre libidinalmente aséptica, representado por la Virgen María, etc. etc., y también crea el concepto de ‘lascivia’ para malignizar toda la sexualidad femenina que se sale del falocentrismo y de la exclusividad matrimonial. En cuanto a las pulsiones sexuales masculinas, esta moral las ha cargado de prepotencia; es decir, que en lugar de realizar la función autorreguladora de la vida, tienen que realizarel ego masculino con su orgullo y su machismo más o menos sutil y encubierto. Vivimos en un estado no sólo falocéntrico sino además falocrático. Lo que llamamos ‘amor’ es una patología del amor, es sadomasoquismo. En estas circunstancias es muy díficil comprender qué sería la urdimbre y qué sería la trama, y qué sería ese ‘enlace correcto’, es decir, la armonía de los sexos.
En este descenso al Hades nos vamos a ir encontrando con obstáculos y resistencias que nos cierran el paso: son los paradigmas de supervivencia a los que nos aferramos en la etapa primal de nuestras vidas. Estas resistencias, junto con la ignorancia de lo que en verdad es nuestra condición, forman el hormigón armado de nuestra coraza psicosomática, encima de la cual vive nuestro ego. Por urdimbre hay que entender ante todo una relación libidinal con la criatura, durante el embarazo, el parto y la exterogestación, que corresponde al sexo femenino, no al masculino. Hay que defender esta relación y dejar que toda la producción libidinal se vaya encajando. Pues no se está pidiendo una exclusión de los hombres, sino una participación que no altere ni se interponga en la función femenino-materna, lo cual no supondría una disminución de su participación sino todo lo contrario, pues tendría lugar una notable expansión de la misma y una notable expansión de su sexualidad tanto cuantitativa como cualitativamente.
(...)
Ni la mujer ni el hombre estamos hechos para la pareja heterosexual monogámica estable. Las que existen y duran es por la subsistencia económica y/o porque resulta un mal menor en un mundo afectivamente devastado. Pero la cópula es en sí misma un acto sexual puntual; de hecho, las criaturas nacen igual de una relación ocasional que haya tenido la madre, que de una relación larga y estable; la líbido de la cópula no crea urdimbre. Si la pareja heterosexual monogámica fuera el entorno adecuado para las criaturas, la líbido de la cópula sería distinta. Pero los estados de enamoramiento entre hombre y mujer pueden ser de mayor o menor duración. Y lo cierto es que la institución de la pareja heterosexual estable actual, no descansa en la libido, sino en la institución social, y simbólicamente en el mito de la media naranja: es una imposición de la civilización patriarcal jalonada por la historia de la dominación del hombre sobre la mujer.
Recientemente nos está llegando información de un pueblo perdido en el sur de China, los Mosuo, que tienen una organización social como la que describe Martha Moia, y que confirma su estudio antropológico. Entresacamos retazos de un artículo de la periodista Paka Diaz sobre los Mosuo:
Los mosuo tienen un asombroso sistema social en el que el matrimonio y la paternidad no existen como tales... Se suelen agrupar tres generaciones de mujeres con sus respectivos hijos. Abuelas, madres e hijas viven bajo el mismo techo sin admitir la presencia de padres o maridos. Solamente los tíos, hermanos, hijos y sobrinos... No existe el concepto del matrimonio... el sexo se practica de forma abierta y libre. Sólo hay que elegir pareja para pasar la noche... mientras el matrimonio y la fidelidad son considerados como una herejía... no dan muestras de celos. Las tragedias amorosas latinas de amantes vengativos y atormentados les hacen reír. Parecen pensar que el visitante se está burlando de ellos. "¿Cómo es posible que alguien acabe con una preciosa vida por algo tan banal como el sexo?", se preguntan tras escuchar una historia truculenta de amor y pasión occidental... Hombres y mujeres están agrupados en lo que denominan 'partidos'. Cuando un miembro joven del partido masculino y una integrante del femenino se sienten atraídos, pasan algún tiempo de relaciones, trabajando juntos... reuniéndose en un amplio centro de recreo donde se encuentran cada tarde para bailar y cantar juntos. Los chicos regalan presentes... ellas corresponden.... Una vez obtenida la aprobación de las venerables ancianas... el compromiso queda establecido. O sea que ya son pareja. Pero ni hablar de matrimonio. Son algo así como amigos con derecho a roce. A partir de ahora se llamarán 'azhu', que significa 'querido compañero'. Pero eso no significa que vayan a vivir juntos, ni mucho menos. El continúa en su casa... y sólo al ocaso se traslada a la de ella, donde tímidamente llama a la puerta para disfrutar juntos de la velada... a la mañana siguiente, el varón abandona la casa y regresa a la suya. Aunque tengan hijos juntos, ni los niños ni ningún otro miembro de la familia se referirán a él como 'padre'... los visita ocasionalmente... especialmente en sus cumpleaños o en el Año Nuevo Lunar. Son los tíos carnales de los pequeños los que se ocupan de su educación y les cuidan y regañan como si fueran sus propios hijos... Los niños corresponden... cuidando de su tíos cuando les llega la vejez... Los hombres mosuo parecen felices con el puesto que les ha tocado en esta sociedad... Los mosuo tienen su propio lenguaje, con fuertes raíces mongoles y tibetanas. Es oral, sin restos escritos, aunque la leyenda habla de un libro mosuo en el que se recoge su orígen. Al parecer, fueron unos soldados tibetanos que regresaban de la guerra y que, hartos de pelear, decidieron asentarse en este lugar donde tenían todo lo que podían desear. El orígen matriarcal es más oscuro. "Siempre ha sido así" es su respuesta invariable. El emplazamiento y la cultura de este pueblo fueron descubiertos en 1920 por unos investigadores de The National Geographic Society.
Los Mosuo, en efecto, debió de ser uno de esos pueblos que, huyendo de las guerras patriarcales, recuperaron en su nuevo asentamiento sus costumbres matrísticas, que han conseguido mantener hasta nuestros días gracias a su aislamiento.
Lo cierto es que esta descripción de Paka Díaz, aún bajo el inevitable epíteto de 'matri-arcado', se ajusta al 'ginecogrupo' que según Moia fué el modo de agrupación originario de la humanidad. Cuando se les pregunta a l@s Mosuo el por qué viven así, no tienen razón que dar y sólo dicen, invariablemente, "siempre fue así".
Hombres y mujeres ansiamos la urdimbre y su enlace correcto con la trama. Esta ansiedad es común y nos falta. Aquí es donde la imagen del mito de la media naranja nos engancha, como una aguja manipuladora que enhebra nuestra ansiedad y anhelo de bienestar y nos va cosiendo y atando a las relaciones edípicas, para que nunca nuestro anhelo nos lleve al enlace correcto de urdimbre y trama.
La condición de la líbido que sustenta la díada madre-criatura, es la que sustenta también la urdimbre, ambas hoy destruídas, con la castración de la mujer. Las pruebas están ahí: la gestación, el parto y la exterogestación son una relación de simbiosis sexual prolongada, que genera emociones y sentimientos de apego (dosis de prolactina y oxitocina durante meses y meses, y no minutos, horas o días). Este impulso sexual o pasión que exigió, y al mismo tiempo dió la estabilidad necesaria para la formación del grupo humano.
Estamos hablando del caudal de emociones de pasión y de amor de cada mujer que está hoy encenagado; de la fuente del bienestar que ha dejado de manar porque está taponada. No de diosas o de creencias socio-religiosas, sino de representaciones de "aquellas generaciones primitivas de mujeres, con cuya desaparición también desapareció la paz sobre la Tierra" y que tejieron la urdimbre de la sociedad humana del bienestar y del apoyo mutuo. Del ‘imperio’ del cuerpo concipiente. De una sociedad sin Poder, an-árquica, integrada en el continuum autopoyético y autotorregulador de Gaia.
En definitiva, que se trata de recuperar la función sexual de la mujer, y de restaurar su papel básico en la estructura de los grupos humanos.
Las imágenes paleolíticas del cuerpo de la mujer representan lo indecible e impensable en nuestra sociedad. El continente negro perdido en la sombra de nuestra civilización; la condición femenina sin archos que presupone otra masculina también an-árquica. Volveremos sobre el tema más extensamente en el próximo capítulo, y pasamos ya a ver la matrística en el Neolítico. Ya que disponemos de muchísima más información, y resulta especialmente esclarecedora."
Pueden bajar material de sus libros:
http://sites.google.com/site/casildarodriganez/capitulo-ii-de-el-asalto-al-hades
http://sites.google.com/site/casildarodriganez/
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