La primera vez que realicé una meditación como ésta fue durante el entrenamiento Arica. Me tocó profundamente. Sentí la afectuosa presencia de mi madre, su naturaleza cariñosa, y también sus dudas, su temor, su• dependencia; las características de ella que yo me negaba a reconocer estaban indeleblemente arraigadas en mí. Recuerdo que me conmoví hasta las lágrimas mientras la imaginaba en mis brazos como un bebé y sentía su aliento tibio en mis pechos. La sostuve tan íntimamente, con tanta firmeza y ternura, la mecí con tanta dulzura, que ambas derramábamos lágrimas. Al día siguiente mi madre me llamó por teléfono para decirme que había pensado intensamente en mí el día anterior. Sentí más que nunca mi conexión con ella, y nuestra relación avanzó a un nuevo nivel de afecto mutuo y honestidad. Sea cual fuere la relación con nuestra madre, y por lo tanto con nuestro cuerpo, es importante reconocer el alcance de esa conexión y su efecto en nosotros.
A medida que nos curamos a nosotros mismos, liberamos a nuestros padres para que se curen a sí mismos. He visto la repetición de este hecho en muchas vidas, lo cual me ha estimulado y dado esperanzas. Al cambiar, podemos provocar cambios. Es un don poder curar a nuestros padres mediante la curación de nosotros mismos. Tenemos el poder de devolverles la libertad de ser quienes realmente son, heridos, humanos, vulnerables, y no gigantes de un cuento de hadas ni la fuerza policial de la sociedad. Personas reales. A medida que nos convirtamos en nuestros propios padres y alcancemos la PLENITUD, aliviaremos una carga psíquica de sus hombros: ya no necesitarán preocuparse por lo que hicieron o dejaron de hacer por nosotros y serán libres para ser ellos mismos.”

Gabrielle Roth Enseñanzas de una chamana urbana
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